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domingo, 28 de febrero de 2016

Los tecnoescépticos y la visión de un mundo que avanza lento

Una publicación en EE.UU. se propone demostrar cuánto más fuerte fue el cambio de vida entre 1870 y 1970 que en los últimos años; el aporte de la electricidad versus el de Internet.

Una de las principales películas candidatas al Oscar, El renacido, dirigida por Alejandro González Iñárritu, transcurre en 1820, en los estados que hoy se llaman Dakota del Norte y del Sur. Leonardo DiCaprio es el guía de un grupo de cazadores y tramperos europeos (o descendientes de ellos) que sufren una emboscada de los indios y deben huir. Uno de los elementos que sorprenden del film, además de su extrema crudeza, es verificar que la vida en 1820 -si bien la historia se centra en un territorio salvaje- parece tener más puntos de contacto con la época de las cavernas que con la actualidad. Peleas con osos, heridas cosidas sin anestesia, técnicas para no morir congelado pasando la noche dentro de un caballo eviscerado: en la línea de tiempo de la evolución de la humanidad, 1820 se sitúa en el último percentil, y sin embargo todo lo que allí se cuenta resulta extraño con los ojos puestos en la vida cotidiana de hoy.

El ascenso y la caída del crecimiento americano, el último libro de Robert Gordon, editado en inglés semanas atrás, hace foco en el antes y el después de la revolución industrial, con cambios acumulativos que se iniciaron a mediados del siglo XVIII y que adquirieron velocidad para modificar para siempre la vida de las personas un siglo más tarde. Para Gordon, un economista que da clases en la Universidad de Northwestern, el período que va de 1870 a 1970 fue un "siglo especial", único en la historia de la humanidad, en el que el producto bruto interno de las naciones industrializadas se duplicó en promedio cada 30 años cuando, por caso, el ingreso de Inglaterra se multiplicó por dos entre los años 1300 y 1700. La invención y la masificación del automóvil y del transporte público conectaron a las sociedades, la luz eléctrica permitió la vida de noche y los artefactos para el hogar liberaron millones de horas de trabajo en casa, especialmente de las mujeres.

Todo el entusiasmo y la documentación que pone Gordon en detallar los avances de ese período contrastan con la visión más pesimista sobre los avances actuales: una persona de 1940 se sorprendería al ver cómo vivía un par suyo en 1870 (sin redes cloacales, por ejemplo), pero alguien que hoy "viajara en el tiempo" a un departamento bien equipado de la década del 40 no tendría la misma sensación de extrañeza. Probablemente se sentiría ofuscado porque no hay conexión a Internet ni tanta oferta de TV, pero el shock no sería tan fuerte como en el primer caso.

Según la visión del economista, la revolución de Internet tiene un valor agregado mínimo (en términos relativos) comparada con la difusión de las redes de electricidad.

Gordon bien podría ser una suerte de Gandalf el Gris de los tecnoescépticos, una tribu de economistas y expertos de otras disciplinas que desconfían del discurso de Singularity University y de otros centros de estudios que postulan que las tecnologías exponenciales que hoy empiezan a emerger provocarán cambios más abruptos que los de la revolución industrial. Este discurso gana peso: en el Foro de Davos de enero último, Klaus Schwab, el presidente del World Economic Forum, habló de la "cuarta revolución industrial", que implicará un tsunami sin precedente.

Gordon es un autor de referencia para los académicos más pesimistas, como Thomas Piketty, el economista estrella francés que escribió el best seller. El capitalismo del siglo XXI, y centra su argumento en el estancamiento de la mejora de la productividad en las últimas cuatro décadas (con alguna excepción en los años 80) con respecto al siglo anterior. En El gran estancamiento, Tyler Cowen habla del fin de los "frutos al alcance de la mano" en materia de avance tecnológico: hoy discutimos cuándo llegarán los vehículos automanejados o sobre las modalidades de Uber, pero ambos conceptos empalidecen ante el aporte porcentual a la economía que significó el inicio de la era del automóvil. En una crítica elogiosa en The New York Times, Paul Krugman empatiza con las ideas de Gordon y afirma que son un marco teórico valioso para explicar la "ansiedad" por el bajo crecimiento que hoy afecta a las economías desarrolladas y que tiene consecuencias políticas muy relevantes, como el avance de candidatos freaks o antisistema en la actual carrera presidencial de Estados Unidos, como Donald Trump o Bernie Sanders.

Del otro lado, los defensores de la singularidad y de las proyecciones más optimistas afirman que las cuentas nacionales están midiendo mal la productividad (por caso, las economías colaborativas o las empresas que proveen bienes gratuitos, como Google, no son bien captadas por las mediciones tradicionales), y dicen también que Gordon se centra demasiado en Internet y en la muerte de la ley de Moore, pero que no toma en cuenta otras tecnologías exponenciales (impresión 3D, biología sintética, Internet de las cosas, el blokchain detrás de bitcoin, etcétera). Y además señalan que todo esto, amigos, recién empieza (estamos, como dice la jerga de los innovadores, "en el codo de la curva exponencial").

El economista argentino Javier Milei, experto en temas de exponencialidad, defiende la idea de que el crecimiento real del ingreso es superior al que muestran las estadísticas oficiales. "Gordon tampoco hace una buena lectura sobre los progresos en inteligencia artificial y biotecnología. Esto no sólo impacta en el estado de la tecnología, que muestra desde hace más de 200 años rendimientos crecientes (haciendo honor a la visión de Adam Smith), sino que, además, estamos frente a un nuevo evento asociado con la continua ampliación de lo que los economistas llamamos dotaciones iniciales, donde estos dos elementos de forma conjugada desafían la frase que dice: «Para creer que los árboles pueden llegar hasta el cielo hay que estar loco o ser economista»", sostiene Milei, para quien "Gordon, al igual que Malthus, Ricardo, Mill, Marx, Keynes, Harrod, Domar, el Club de Roma y Piketty, pareciera que se ha enfermado de pesimismo".

Como director del Instituto Baikal, el emprendedor Nicolás Minuchín viene siguiendo de cerca esta discusión de frontera. "Las teorías de Gordon sobre el fin del crecimiento americano son un claro (y creo que saludable) contraste y una nota de precaución a la teoría de crecimiento imparable exponencial que proponen los tecnooptimistas de Singularity y empresas de tecnología. Generalmente es fácil predecir cambios tecnológicos debido a avances científicos, pero es mucho más difícil predecir cambios sociales como consecuencia de esas innovaciones tecnológicas", dice Minuchín. La teoría de Gordon y las cuatro fuerzas con las que debe luchar la innovación en los Estados Unidos (demografía por retiro de baby boomers del mercado laboral, desigualdad, problemas de educación y endeudamiento) "hacen que sea necesario más que duplicar el ritmo de innovación para que el crecimiento se pueda mantener".

El acecho de osos salvajes y hambrientos de la época de la película con DiCaprio no es un problema masivo a nivel contemporáneo, pero hay otros detalles para enfrentar con innovación y creatividad.



Sebastián Campanario  
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