Las crisis económicas que periódicamente sacuden el mundo empujan a replantearse cuestiones que parecían pacíficamente asumidas. Uno de los conceptos sobre los que es obligado volver a reflexionar, aunque las turbulencias continúen, es el del compromiso.
Durante mucho tiempo, compromiso equivalía a permanencia indiscutida en una determinada posición profesional, personal o familiar. Estaba comprometido quien no discrepaba, quien a pesar de los pesares aguantaba carros y carretas en una originaria situación.
Esas premisas ya no sirven. Para muchos, el compromiso no es con situaciones o personas exógenas, sino con el propio proyecto vital. Las realidades que dan respuesta a anhelos circunstanciales se han convertido en motores de las sucesivas acciones. Por eso, en entornos económicos estables se saltará de empresa en empresa tanto por incitación económica como por percepción de que es el momento de afrontar un nuevo reto.
Como en casi todo en la vida, nunca hay blanco o negro, sino multiplicidad de matices. ¿Era bueno lo anterior? Depende… ¿Es insuperable lo actual? Depende…
El compromiso ha de ser mutuo. Si se produce asimetría, pronto se quebrará. Muestra de ello es que cuando las empresas –en plena tempestad- han prescindido de sus recursos humanos calificándolos de ‘grasa’ o incluso de ‘suciedad’ (estamos limpiando la empresa), no pueden tornar con el vocablo compromiso en ristre reclamando lealtades incondicionales.
Las organizaciones han de compatibilizar los requisitos grupales con los individuales. Si lo único relevante es el conjunto, se ejecutarán incruentos sacrificios humanos de continuo en un altar organizativo levantado ad casum. Si el foco se pone, por el contrario, sobre el individuo, será inviable llevar adelante un proyecto sólido, pues sin renuncias de las partes no se construye ninguna iniciativa sólida.
Comprometer a otros en un objetivo reclama por parte del promotor una exigencia notable, porque el yerro que peor se perdona en la actualidad –y en el pasado también- es el de la incoherencia entre palabras y comportamientos. Ir por delante desbrozando las trochas a recorrer es el mensaje más consistente que cada uno puede tributar para generar adhesión.
Sin olvidar, por otra parte, que en cualquier grupo humano acaba cuajando un porcentaje de lo que me gusta definir como ‘amargators’. Es decir, personas que suceda lo que suceda, se decida lo que se decida, siempre estarán a la contra.
Las personas y las organizaciones generan compromiso con los hechos, no con declaraciones de buenas intenciones. Proporcionar segundas oportunidades, no dejar tirado a nadie a la primera de cambio son medios imprescindibles. También lo es ser capaz de adoptar decisiones rápidas cuando algún núcleo de amargators se empeñe en poner palos en la rueda de la organización.
El punto de equilibrio entre personas y organizaciones es heterogéneo según sectores, épocas o características específicas. Quien no lo busca apasionadamente acabará dañando a unas o a otras. Un buen principio es pensar que lo que es bueno para las personas es bueno para la organización. Y lo que es negativo para las personas nunca será oportuno para la organización, al menos en el medio plazo.
Javier Fernández Aguado es pensador y speaker; considerado uno de los mayores expertos contemporáneos en Gobierno de personas y organizaciones, además de ser uno de los conferenciantes más solicitados a nivel internacional. Es Director de MindValue, firma especializada en servicios profesionales para la Alta Dirección, miembro del Top Ten Management Spain y Premio Peter Druker.
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