Las estadísticas siguen distinguiendo a la población activa entre ocupados y desempleados. Cuando trasladamos este criterio al plano personal, corremos el riesgo de evaluar como “segura” una posición profesional definida por un contrato de trabajo. El nivel de estabilidad dependería, fundamentalmente, de la protección de la que la legislación laboral dote a estos contratos.
Hasta ahora, tenemos una foto fija, un diagnóstico estático. Lo importante no es sólo el hecho de gozar de una fuente recurrente de ingresos, sino también de lo sostenible que resulte en el tiempo esta posición. Desde el punto de vista psicológico, muchas decisiones profesionales están condicionadas por lo que se denominan las seguridades ficticias. El hecho de considerar que uno se encuentra en una situación que resuelve sus necesidades presentes lleva a suponer, en un salto lógico poco consistente, que esta situación tenderá a prolongarse inercialmente en el tiempo. Esta creencia se funda en experiencias de otras épocas, en las que tener empleo era una cierta garantía de seguir teniéndolo en lo sucesivo, bien en la misma organización o bien en otra que desarrolle una actividad similar. La observación atenta del momento que vivimos nos debería llevar a concluir que esta creencia tiene un fundamento más frágil que en el pasado.
Por supuesto, es mucho más deseable disponer hoy de ingresos que encontrarse en un escenario diferente, pero conviene estar en guardia frente al efecto narcótico de una posición estable. Muchos sectores de actividad están experimentando transformaciones muy intensas que afectan no sólo a las expectativas de sus accionistas, sino también al marco de relación que establecen con todos sus grupos de interés, incluidos los empleados.
El gran desafío de este tiempo es no sólo encontrar empleo, sino dotarse de las capacidades para acompasar el propio cambio personal a los cambios que se producen en el entorno. En sectores sometidos a cambios disruptivos, es preciso que los profesionales sean capaces, ellos mismos, de rediseñar sus carreras y sus perfiles de competencias de manera disruptiva.
Es razonable que desde diferentes sectores de la sociedad (sindicatos, partidos políticos, etc.) se ponga el énfasis en los sistemas de protección para los colectivos más vulnerables ante estos procesos de transformación tan intensos. Reconozcamos que hay personas que, por edad u otras circunstancias, se pueden ver desbordadas en una determinada etapa de su carrera profesional. El error consiste en confundir el remedio para un efecto colateral del cambio, que sin duda debe ser aportado, con la solución al problema estructural. Estas soluciones no vienen sólo de la mano de las llamadas políticas activas de empleo, que muchas veces adolecen de la misma rigidez que el diseño de las carreras profesionales de las personas a las que se dirigen. La flexibilidad, mucho más que en los marcos legales o en que en el contenido de la formación, está en las mentalidades.
Aporto ahora una línea de acción ante estos fascinantes retos: formar a las nuevas generaciones en la autonomía y la responsabilidad. Para enfrentarse al nuevo entorno no basta con ser “nativo digital”. Sobre todo en las culturas donde tradicionalmente se ha pasado de la tutela familiar a la “tutela” laboral, conviene que las personas asuman progresivamente la conciencia de que son protagonistas de su propia historia y que no pueden confiar sus procesos de desarrollo sólo al diseño de otros. En próximos post, nuevas contribuciones a este debate.
José Aguilar

Sobre José Aguilar

José Aguilar es Socio Director de MindValue, firma especializada en servicios profesionales para la Alta Dirección, y vicepresidente de la Asociación Internacional de Estudios Management (ASIEMA). Es coach de Alta Dirección y miembro del Top Ten Management Spain. Es reconocido como uno de los principales especialistas españoles en asesoramiento y formación gestión del cambio.
por gentileza de:
Glocal Thinking
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