El uso de la inteligencia artificial permitirá ganar en productividad y evitar tareas repetitivas y rutinarias
Podría parecer fuera de contexto plantear una discusión sobre estrategias de mediano y largo plazo cuando el país afronta las urgencias de su actual crisis. Sin embargo, es fundamental mirar más allá del último traspié para que la Argentina tome un rumbo que le permita convertirse en un país más próspero y equitativo.
El mundo vive cambios profundos y acelerados. Las oportunidades de los próximos años dependerán de nuestra capacidad de adaptarnos a —y, ¿por qué no?, también forjar— las grandes tendencias tecnológicas, económicas y sociales de nuestra época.
Una transformación ineludible es el rápido desarrollo de la inteligencia artificial (IA). La IA es un termo término amplio que cubre desde los chatbots —robots que conversan con quienes visitan diferentes sitios en Internet— a los vehículos autónomos. Podemos definirla como el conjunto de tecnologías que permiten que máquinas “perciban” elementos del mundo físico a su alrededor, como voces o imágenes, procesen información referente a ellos y actúen en consecuencia. Recientemente, realizamos en Accenture un estudio sobre el impacto macroeconómico de la IA en la Argentina y otros países sudamericanos. La buena noticia es que la IA puede ayudarnos a superar dificultades crónicas. Para entender por qué, hay que considerar la historia económica de las últimas décadas.
Tendencias
Más allá de los diferentes altibajos registrados en el periodo, la tendencia sobresaliente de largo plazo en la economía sudamericana es que perdió ritmo de crecimiento desde los años 1970.
Aunque es cierto que el mismo fenómeno se observa en la economía mundial, no lo es menos que otras economías emergentes, especialmente las del Este asiático, supieron sortear el movimiento global y pisar fuerte el acelerador durante ese periodo. Hace ya medio siglo que crecen mucho más rápido que nuestra región.
Gran parte de nuestro problema radica en la baja productividad, que desde hace bastante tiempo crece poco en los momentos buenos y se contrae en los malos.
Los economistas tradicionalmente proponen un modelo de crecimiento económico basado en dos principales factores de producción: el capital y el trabajo. La economía se expande cuando se incrementa la cantidad de capital, se aumenta la fuerza laboral, y/o se los utiliza de manera más productiva.
¿Con qué escenario nos deparamos en Sudamérica?
La eficiencia del capital viene en caída, es decir, hoy obtenemos menos dólares en el PBI por cada dólar invertido que hace diez años. Además, el crecimiento de la fuerza laboral es cada vez más lento porque las poblaciones están envejeciendo rápidamente.
Parecería, entonces, imposible crecer de manera sostenida a tasas más altas. Es allí donde entra la inteligencia artificial.
Ocurre que resulta muy difícil encasillar a la IA como unos de los factores habituales de producción. Seguramente no pertenece a la categoría “trabajo”, pues se trata de máquinas y software. Pero tampoco es capital puro y duro, porque tiene algunas características inherentes a las personas, sobre todo la capacidad de aprender.
Propuesta
Propusimos, así, un modelo alternativo de crecimiento, que tiene la IA como un tercer factor de producción, un híbrido de capital y el trabajo.
Es un factor de producción capaz de generar crecimiento por medio de tres canales distintos. El primero es lo que llamamos la automatización inteligente, que refleja la capacidad que tiene la IA de automatizar diferentes tareas complejas que antes debían hacerse manualmente.
El segundo canal es el incremento del impacto positivo del capital y el trabajo. Por ejemplo, en el caso de las personas, la tecnología puede usarse para que centren su labor en las funciones que generan más valor agregado, dejando a cargo de las máquinas las tareas más repetitivas y fastidiosas.
El tercer canal es la difusión de la innovación por varios sectores de la economía. Es el caso de lo que seguramente ocurrirá con los vehículos autónomos, que, sin ir más lejos, requerirán nuevos modelos de negocios por parte de las aseguradoras y generarán datos que podrán usarse para mejorar la gestión del tránsito.
Para nuestro estudio, desarrollamos un modelo para calcular el crecimiento que pueden aportar esos canales. Proyectamos el impacto en el año 2035, porque la economía necesita tiempo para absorber las nuevas tecnologías.
Nos encontramos con que, para la Argentina, el crecimiento proyectado del Valor Agregado Bruto, una variable que guarda estrecha relación con el PBI, pasaría de un 3,0% a un 3,6% ese año. La principal contribución viene del incremento del impacto del capital y el trabajo.
Ya hoy vemos ejemplos prometedores en el país. Este año, Microsoft y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) anunciaron una asociación para desarrollar IA aplicada al sector agroindustrial. Jampp, una plataforma argentina de marketing digital basada en IA, fue creada en 2013 y ha sido tan exitosa que ya tiene oficinas en San Francisco, Londres, Berlín, San Pablo, Ciudad del Cabo y Singapur, además de Buenos Aires.
Por supuesto que se requiere preparación para recoger beneficios amplios de la IA. Todos tenemos que aprender a trabajar en un mundo donde la IA estará en “todas” partes. El país debe fortalecer sus ecosistemas de innovación y adaptar, quizás de manera continua, su legislación y sus políticas para que apoyen a la innovación y se aseguren de que esta sea benéfica para la sociedad.
Necesitaremos, asimismo, claros códigos de ética para la IA. Tendremos que buscar mecanismos orientados a aminorar los riesgos para la cohesión social, poniendo en pauta discusiones serias sobre, por ejemplo, sistemas de ingreso básico universal y nuevas formas de reconocer la contribución no financiera de personas y grupos a la sociedad.
No es un reto menor, pero tampoco lo es la oportunidad. La transformación del mundo es inevitable; hay que prepararnos para que nos impulse hacia un futuro mejor.
Eduardo Plastino. Gerente de Investigación de Accenture (Argentina)
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