La vida de la criatura humana sobre la tierra ha sido siempre vulnerable, incierta, compleja y ambigua. La diferencia del momento presente frente a épocas pretéritas es que somos más conscientes gracias a los medios técnicos de los que disponemos. Entre otras cosas, porque ponen a nuestro alcance información en tiempo real. Esas circunstancias nos permiten conceder nombre –V (Vulnerabilidad) U (Incertidumbre) C (Complejidad) A (Ambigüedad)- a algo que es tan antiguo como el mundo, pero que resulta novedoso porque podemos conceptualizarlo mejor.
En El idioma del liderazgo (LID) expongo claves precisas para que un directivo se transforme en líder en cualquier tipo de entorno. Me centro en estas líneas en nueve características a las que deben atender de forma insoslayable quienes ocupan en la actualidad posiciones de responsabilidad independientemente del tipo de organización o del país.
1.- Capacidad de Anticipación: el cambio no ha cambiado, pero sí la velocidad a la que se genera. No se puede ir a remolque, es preciso columbrar el porvenir y proponer medios adecuados para que no nos pille en la luna de Valencia.
2.- Adaptabilidad: lo que ayer fue revolucionario, hoy es rutina y mañana será sencillamente obsoleto. El directivo ha de huir de consideraciones complacientes con los modos de hacer de ayer. La tecnología y la aceleración reclaman cintura.
3.- Actitud de Aprendizaje, para asumir que hay reglas de juego que durante mucho tiempo fueron aceptadas que ya no sirven. Muy especialmente en la gestión del compromiso, y en la convocatoria y mantenimiento del talento.
4.- Pensar. Puede parecer una boutade, pero no lo es. Hay demasiados directivos que corren sin reflexión suficiente, para luego sorprenderse de la fragilidad de sus posiciones. Sencillamente, por ausencia de cimientos conceptuales.
5.- Prudencia. Según una de sus etimologías es prudente quien ve lejos (procul videre) y por tanto se encuentra en condiciones de prever y de proveer.
6.- Visión Positiva de la realidad por ardua que ésta pueda presentarse. El optimismo oxigena la mente, mientras el pesimismo encierra en una ridícula y dañina petulancia. El fatuo nada oferta; un realismo optimista presenta un abanico de alternativas a explorar.
7.- Visión Holística. Contemplar la realidad con el filtro del espíritu pueblerino daña impide aspirar a soluciones globales ante los múltiples retos que plantean coordenadas de fluctuación acelerada.
8.- Conocimiento de la Historia. Demasiados venden como primicias comportamientos y posibles resultados que fueron experimentados en tiempos remotos. El planeta no ha empezado a girar cuando nosotros vimos la luz. Conocer cómo nuestros ancestros enfrentaron circunstancias semejantes es ineludiblemente instructivo.
9.- Humildad. Escuchar a directivos que aseguran que su organización ha acertado con las claves definitivas en un determinado sector provoca reacciones de estupor y conmiseración ante la estupidez ridículamente exhibida por quienes así hablan. Como dijera nuestro literato más universal, sin humildad no hay virtud que lo sea…
Gran error confiar en directivos mesiánicos. Cuando surgen, hay que echarse a temblar, además de incrementar la protección de la propia cartera. Consejo valioso: ¡huir aceleradamente de quien no duda!
Como detallamos Marcos Urarte y quien firma estas líneas en un seminario en el que mostramos claves indispensables para gobernar en entornos VUCA, quien no adapte con celeridad sus modos de decidir puede acabar pagándolo en el trastero de los objetos caducos. Algunos que padecen risible engreimiento berroqueño todavía no son conscientes.
Javier Fernández Aguado
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