¿No es exagerado el ranking de Frey y Osborne?, me pregunté tras leer la lista de trabajos en peligro de desaparecer. El algoritmo de los investigadores de Oxford me pareció, a simple vista, un tanto despiadado. ¿Más de 90% de posibilidad de que desaparezcan los mozos de los restaurantes, las recepcionistas, los camioneros, los guías de turismo y los vendedores de bienes raíces?, les pregunté con duda y asombro. ¿Acaso los camareros de los restaurantes no hacen una labor que, además de brindar calidez humana, requiere un alto grado de improvisación y creatividad para responder ante situaciones inesperadas? ¿Cómo puede una máquina que trabaja de camarero lidiar con un comensal que quiere cambiar un plato por otro? ¿Cómo puede un camión que se maneja solo reaccionar con suficiente rapidez ante un evento imprevisto, como un perro que se le cruza en la ruta?, les pregunté a los autores del estudio.
Ambos me respondieron con una sonrisa resignada. Es difícil de creer, pero no será la primera vez en la historia que una serie de trabajos muy comunes desaparece y es reemplazada por otra, respondieron. La agricultura era la industria que más gente empleaba en muchos países hasta hace poco y desapareció por completo como la principal fuente de trabajo. El porcentaje de gente que trabajaba en agricultura en Estados Unidos cayó de 60% de la población en 1850 a menos de 5% en 1970 y a 2% a principios del siglo XXI.
Mientras que en 1910 había 12 millones de agricultores en Estados Unidos, 100 años después, en 2010, había sólo 700 000, a pesar de que en ese lapso la población general del país se había triplicado.
Y sin embargo, el mundo no se vino abajo. Por el contrario, el estándar de vida del promedio de los estadounidenses subió. Entonces, si la automatización del campo con los tractores y las computadoras revolucionó la industria agrícola y obligó a millones de personas a buscar nuevos empleos, ¿por qué no pensar que lo mismo ocurrirá con la revolución de los robots y la inteligencia artificial?, argumentaron.
Es un buen punto. Además, la historia reciente nos demuestra que el escepticismo es una mala guía para vaticinar el futuro. Muchas ideas que parecían descabelladas hace apenas 10 años hoy son realidades de la vida cotidiana con las que convivimos con la mayor naturalidad. Después de todo, si alguien me hubiera asegurado hace apenas 10 años que le podría preguntar a un asistente virtual en mi teléfono celular cuál es la capital de Afganistán — o cualquier otra cosa— y una voz de mujer llamada Siri me daría la respuesta correcta, lo hubiera tildado de loco de remate. Y lo mismo hubiera ocurrido si alguien me hubiera asegurado hace apenas una década que una aplicación llamada Waze me indicaría a viva voz —y en el idioma de mi preferencia— el camino más corto, y con menos tráfico, para llegar a un destino en mi carro, o que la gente compraría sus pasajes de avión por Internet, o que los cajeros de los supermercados serían reemplazados por máquinas que leen los precios de los productos. Y, sin embargo, todo eso y mucho más ya está pasando.
Los avances tecnológicos se suceden tan rápidamente que anestesian nuestra capacidad de asombro. Las novedades tecnológicas nos asombran durante un par de minutos y luego las incorporamos a nuestra vida como si siempre nos hubieran acompañado. Muy pocos recuerdan que, antes de 2007, ni siquiera existía el iPhone tal como lo conocemos hoy, o que Waze recién se empezó a usar a escala mundial después de que Google compró la empresa en 2013.
Y hoy muchos de nosotros nos preguntamos cómo podríamos vivir sin el iPhone, el Waze y muchas otras aplicaciones que usamos todos los días.
ANDRÉS OPPENHEIMER
Andrés Oppenheimer es un periodista, escritor y conferenciante argentino que reside en Estados Unidos y ha participado en varios foros internacionales. Ha sido incluido por la revista Foreign Policy en español como uno de los "50 intelectuales latinoamericanos más influyentes".
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