Muy pronto, los robots van a estar no sólo en los hoteles, sino también en las calles, en las escuelas, en los hospitales, en los despachos de abogados y en todas partes. Los robots industriales se han utilizado desde la década de 1960, sobre todo en la industria automotriz, para realizar tareas repetitivas y relativamente simples. Sin embargo, hasta ahora no se habían extendido mucho más allá de las fábricas manufactureras. A pesar de los vaticinios de los dibujos animados futuristas como los Jetsons y de las películas de ciencia ficción que desde la década de 1960 auguraban la proliferación de robots como empleadas domésticas, chóferes y hasta mascotas, la robótica estuvo estancada durante décadas.
Pero ahora, los robots han dado un salto mayúsculo gracias a que son cada vez más baratos y a que la inteligencia artificial y el cloud computing —la gigantesca base de datos conocida como la nube— le permiten a cada robot acceder a la experiencia de los demás robots. Antes, un robot era una máquina individual, que llevaba su propia información adentro y como máximo la compartía con un pequeño grupo de otros robots. Pero ahora, cada robot conectado a la nube tiene acceso inmediato a un número casi ilimitado de datos y a la experiencia de la población mundial de robots, que aprenden constantemente unos de los otros. Eso está revolucionando el mundo del trabajo.
Desde que la supercomputadora Deep Blue le ganó al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov en 1997, los robots están venciendo un desafío tras otro. En 2002 un programa de software les ganó por primera vez a los mejores jugadores de Scrabble. En 2010 un software de bridge superó a algunos de los mejores jugadores del juego de cartas. En 2011 la supercomputadora Watson de IBM les ganó a dos campeones del popular juego televisivo Jeopardy. En 2016 el programa de computación Deep Mind de Google generó titulares en todo el mundo al derrotar al campeón mundial de Go surcoreano Lee Se-Dol.
Hasta entonces, el Go era considerado imbatible por una máquina, porque es un juego que además de inteligencia, requiere una buena dosis de intuición y creatividad.
Algunos científicos, como Vernor Vinge, auguran que las máquinas inteligentes superarán las capacidades humanas tan pronto como 2023. Otros, como el futurólogo y director de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, pronostican que la singularidad —el momento en el tiempo en que la inteligencia artificial superará a la inteligencia humana— ocurrirá en 2045.
Con el vertiginoso avance de la tecnología, no sería raro que ocurra en algún momento entre ambas fechas.
Recientemente, un robot llamado Michihito Matsuda ya presentó su candidatura para la alcaldía de Tama, una localidad de Tokio, prometiendo en su campaña que “la inteligencia artificial cambiará la ciudad de Tama”.
Matsuda, que según reportes de prensa fue una creación de dos empresarios del mundo tecnológico, no resultó electo: ganó 4 000 votos y salió tercero.
¿Pero cuánto faltará para que un robot —mejor programado que Matsuda— convenza a los electores de que podrá tomar decisiones más equilibradas que un humano?
Ya hemos pasado la época en que dudábamos de si las máquinas inteligentes podrían superar la inteligencia humana. Ahora no quedan dudas de que pueden hacerlo. No es casualidad que cuando le preguntaron al gran maestro de ajedrez holandés Jan Hein Donner cómo se prepararía para competir contra una computadora como la Deep Blue de IBM, el campeón de ajedrez respondió: “Traería un martillo”.
ANDRÉS OPPENHEIMER
Andrés Oppenheimer es un periodista, escritor y conferenciante argentino que reside en Estados Unidos y ha participado en varios foros internacionales. Ha sido incluido por la revista Foreign Policy en español como uno de los "50 intelectuales latinoamericanos más influyentes".
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