Cuando me preguntan si soy tecnooptimista o tecnopesimista, no quiero caer en el lugar común de decir que soy tecno-realista: prefiero decir que soy medianamente pesimista a mediano plazo y optimista a largo plazo. A mediano plazo, durante las próximas dos décadas, vamos a ver un terremoto social ocasionado por la aceleración de la automatización, que va a producir un creciente desempleo entre los sectores de menor educación de la población y una mayor desigualdad social.
Sólo quienes tengan las mejores credenciales académicas o habilidades especiales podrán acceder a los trabajos del futuro, y será difícil que todos los cajeros de los supermercados, meseros y choferes de taxi se reinventen como analistas de datos o programadores de videojuegos. Habrá una enorme masa de marginados sociales, desesperanzados. Algunos de ellos pasarán una buena parte de su vida mirando sus visores de realidad virtual, o drogados, y otros serán terreno fértil para movimientos de protesta contra la robotización. Será una transición traumática y en algunos casos hasta violenta.
Ya estamos viendo síntomas de una rebelión de mucha gente contra el avance de la tecnología, que va mucho más allá de los taxistas tradicionales incendiando algún auto de Uber en alguna parte del mundo. En 2018, más de 50 000 trabajadores de hoteles y casinos del Sindicato de Trabajadores Culinarios de Las Vegas votaron por irse a huelga para protestar, entre otras cosas, por el creciente uso de robots en los hoteles donde trabajan. “Voté que ‘sí’ para ir a la huelga para asegurarme de que mi trabajo no será subcontratado a un robot. Sabemos que la tecnología está llegando, pero los trabajadores no deberíamos ser expulsados y abandonados”, dijo Chad Neanover, cocinero del hotel Margaritaville de Las Vegas.
La tesorera del sindicato, Geoconda Arguello-Kline, dijo: “Apoyamos las innovaciones que mejoran el empleo, pero nos oponemos a la automatización cuando sólo destruye empleos. Nuestra industria debe innovar sin perder el toque humano”.
Cuando le pregunté a la portavoz del sindicato, Bethany Khan, si estaban pidiendo que se prohíban los robots en los hoteles y casinos de Las Vegas, me respondió que “no nos oponemos a la tecnología. Pero queremos participar en el proceso de toma de decisiones sobre cómo implementar la tecnología en nuestra fuerza de trabajo”. Entre otras cosas, el sindicato estaba exigiendo que los empleados cuyos trabajos sean reemplazados por robots sean reentrenados por sus empresas, “para que los trabajadores tengan la oportunidad de crecer con la tecnología, en lugar de ser despedidos”, señaló.
Los miembros del sindicato culinario de Las Vegas tienen buenos motivos para estar preocupados: los robots ya están tomando varios de sus puestos de trabajo. En la barra del bar Tipsy Robot del casino Planet Hollywood, ya hay dos robots que están haciendo y sirviendo cócteles. La página web del bar dice que sus robots “tienen la capacidad de producir 120 tragos por hora”, y agrega que “nuestras maravillas mecánicas usan mediciones exactas, asegurando un sorbo perfectamente elaborado en todo momento”. En el hotel y casino Mandarin Oriental Las Vegas, un conserje robótico de más de un metro de altura ha comenzado recientemente a ofrecer asistencia a los huéspedes sobre los servicios del hotel, y a dar direcciones. Mientras tanto, Las Vegas Renaissance Hotel ha comenzado a utilizar dos robots parecidos a “Arturito” de la película Star Wars para llevar comida y bebidas a las habitaciones. Un estudio de la Universidad de Redlands estaba pronosticando que 65.2% de los trabajos en Las Vegas —incluyendo los de meseros, trabajadores de cocina, y cocineros— corren el riesgo de ser eliminados por la automatización dentro de diez o veinte años.
En una escala más grande, están aumentando las críticas en todas partes contra las grandes compañías tecnológicas por su comercialización de los datos de sus usuarios, y por ocasionales violaciones a la privacidad. La ola de críticas aumentó tras el escándalo desatado por la revelación de que la empresa Cambridge Analytica, vinculada a la campaña de Trump, había conseguido datos privados de 50 millones de usuarios de Facebook antes de las elecciones de 2016, y los había utilizado para su propaganda política.
Desde entonces, se registraron más de 552 millones de búsquedas en Google de las palabras “borrar Facebook”. La mayoría de quienes hicieron esa búsqueda no se salieron de la red social, pero muchos anunciaron haberlo hecho, incluyendo celebridades como el co-fundador de Apple Steve Wozniak, el fundador de Tesla Elon Musk, y la actriz Cher.
También están aumentando las acusaciones de que las grandes empresas están fomentando la adicción tecnológica, que está causando cada vez más problemas psicológicos, especialmente entre los jóvenes. Hay cada vez más retiros de desintoxicación tecnológica en Estados Unidos y Europa, donde los turistas se desconectan de sus celulares y redes sociales durante una o dos semanas. Hay cada vez más libros sobre la adicción tecnológica y el tecnostress, como iGen de la socióloga Jean Twenge, y Tu felicidad ha sido hackeada, de mi amigo Vivek Wadhwa. Las series televisivas futuristas como WestWorld y Black Mirror, que muestran el lado oscuro de las grandes empresas tecnológicas, atraen grandes audiencias. Y los principales medios de prensa están dando marcha atrás de su anterior fascinación por cualquier avance tecnológico. A fines de 2017, el New York Times publicó un extenso artículo en su edición dominical cuyo titular reflejaba el nuevo sentir de muchos: “Silicon Valley no es tu amigo”, decía.
En 2018, Tristan Harris, exempleado de Google, inició en Silicon Valley un movimiento llamado “La verdad sobre la tecnología”, con 57 millones de dólares en efectivo y tiempo de publicidad donado por varios medios para exigir que las compañías tecnológicas desactiven algunos de sus trucos para mantenernos pegados a sus pantallas. Según me explicó Harris en una entrevista, las compañías tecnológicas compiten por el tiempo que pasamos en sus plataformas, y sus ingenieros crean intencionalmente programas para convertirnos en adictos tecnológicos. Cuando Netflix comienza un nuevo episodio de una serie inmediatamente después del último, sin requerir —como lo hacía antes— que tomemos una acción proactiva para pasar al próximo capítulo, lo hace para mantenernos enganchados, dice Harris. Y cuando Twitter nos lleva a bajar la pantalla constantemente con el dedo para descubrir nuevos mensajes, está copiando las técnicas de las máquinas tragamonedas de los casinos, que nos hacen bajar una palanca con la mano todo el tiempo a la espera de una recompensa, señala.
Todos esos mecanismos de adicción tecnológica están creando problemas de aislamiento, déficit de atención, depresión y hasta suicidio entre los jóvenes, y le está quitando horas de sueño a los adultos, me aseguró Harris. Estos movimientos, junto a los que se oponen a la automatización del trabajo, están empezando a extenderse y a exigir cada vez más enérgicamente que las empresas tecnológicas rindan cuentas por el uso que hacen de sus datos, y por sus prácticas subliminales para convertir a sus seguidores en adictos digitales.
ANDRÉS OPPENHEIMER
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