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jueves, 4 de junio de 2020

ESTAMOS VIVIENDO MÁS Y MEJOR


La Familia, la Gran Célula Social | Blog de Fernando Molina Alén

Pero más a largo plazo, en dos o tres décadas, la automatización habrá aumentado la productividad lo suficiente para que las sociedades puedan pagar un ingreso universal básico a sus ciudadanos, tal vez con contraprestaciones de servicio comunitario. Ocurrirá lo mismo que ha ocurrido después de la Revolución agrícola y luego de la Revolución industrial: tras un periodo de transición que dejará en un principio un balance laboral negativo, las cosas se reacomodarán para mejorar. En Estados Unidos, como ya lo señalamos, el porcentaje de gente que trabajaba en agricultura cayó de 60% de la población a mediados del siglo XIX a 2% en la actualidad, y el porcentaje de empleados en el sector manufacturero descendió de 26% en 1960 a menos de 10% en 2017.

Y sin embargo, el estándar de vida es mucho mejor que cuando la mayoría de la gente trabajaba en el campo o en las fábricas. Y lo mismo pasó en China e India, donde cientos de millones de personas lograron salir de la pobreza gracias a la modernización económica que comenzó a fines del siglo XX.

Después de lidiar con el problema del desempleo tecnológico durante algunos años, los países van a encontrarle la vuelta, ya sea manteniendo económicamente a quienes no encuentren trabajo, para que puedan subsistir, o brindando mejor educación para que todos tengan acceso a empleos dignos. Y la gente trabajará menos horas, como ya viene ocurriendo desde hace siglos, y en trabajos menos repetitivos y aburridos que en el pasado, como también ya viene ocurriendo desde hace varias décadas.  

El mayor tiempo de ocio nos permitirá recuperar el arte de la conversación, la lectura y la buena música, y la desesperanza dará paso a posibilidades inimaginables hoy en día, como — para usar el ejemplo que me dio el futurólogo José Luis Cordeiro— la de convertirnos en jardineros en Marte.

No termino con esta nota optimista para ser políticamente correcto, sino porque estoy convencido de que a largo plazo el mundo será cada vez mejor. Por supuesto que habrá altos y bajos, como siempre los ha habido. No se acabarán las guerras ni los desastres naturales producidos por el calentamiento global, pero la tendencia general será hacia el progreso de la Humanidad. Lo que veremos a mediano y largo plazo será una continuación del progreso humano que hemos visto desde que vivíamos en las cavernas.

Fíjense, por ejemplo, en estos datos sobre cómo ha evolucionado la Humanidad en los últimos 200 años:

Expectativa de vida: mientras que la expectativa de vida en la antigüedad era de 30 años, hoy está cerca de los 70 años a escala mundial. Hasta en los países con bajos ingresos la gente vive mucho más tiempo. El aumento en la expectativa de vida no se debe únicamente a la reducción de la mortandad infantil: incluso si contamos únicamente a los niños que han sobrevivido su quinto cumpleaños, un niño de cinco años en 1841 tenía una esperanza de vida de 55 años, mientras que un niño de la misma edad hoy tiene una esperanza de vida de 82 años. El mismo fenómeno se repite en edades más altas: una persona de 50 años hace un tiempo podía esperar vivir otros 20 años, mientras que hoy puede esperar vivir 33 años más. Esto se debe a que hemos logrado reducir al mínimo o erradicar muchas enfermedades que hace 200 años arrasaban con poblaciones enteras, como la polio, la viruela y el sarampión, y estamos reduciendo cada vez más la incidencia o la mortandad de otras enfermedades.

Pobreza: el porcentaje de gente en el mundo que vive en la pobreza absoluta ha caído de 84% en 1820 a 10% hoy en día. Las hambrunas, que eran algo frecuente en la realidad de nuestros bisabuelos, ya son fenómenos raros en el mundo. Actualmente la obesidad mata más que las hambrunas. Mientras que en 2010 la obesidad mató a unos tres millones de personas en el mundo, las hambrunas y la desnutrición juntas mataron a alrededor de un millón. Y como nos recuerda el economista de la Universidad de Oxford Max Roser, la tecnología está ayudando hasta a los más pobres. Nathan Rothschild, el hombre más rico del mundo al momento de su muerte en 1836, murió de una infección que en nuestros días podría tratarse con un antibiótico que cuesta unos pocos centavos y que está disponible en casi todos los hospitales del planeta.

Mortandad infantil: hace no mucho era común que las madres perdieran uno o más hijos; 43% de los niños morían antes de cumplir los cinco años en 1820. En Suecia en el siglo XVIII, cada tercer niño moría antes de los cinco años, y en Alemania en el siglo XIX moría uno de cada dos niños. Hoy en día, la mortandad infantil en los países desarrollados es mucho menor de uno por cada 100 niños y en los países emergentes ha caído a 1.07% en China, 1.3% en México, 1.2% en Argentina, 4% en Sudáfrica y 4.7% en India. Sólo en unos pocos países, como Angola, ha caído sólo a 15 por ciento.

Educación: mientras que sólo 12% de la población mundial sabía leer en 1820, el porcentaje ha subido a 85% actualmente. En Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, 99% de la población sabe leer y escribir, mientras que en Argentina la tasa de alfabetización es de 98%, en China de 95%, en México de 94%, en Brasil de 90% y en India de 63 por ciento. Sólo en algunos países del África subsahariana quedan algunos países con tasas de alfabetización de alrededor de 30 por ciento.

Libertades: a pesar de grandes altibajos —como la Segunda Guerra Mundial y el aumento de los populismos autoritarios en años recientes —, hay cada vez más gente en el mundo que goza de libertades esenciales. La ola de descolonización en el siglo XIX y el resquebrajamiento de la Unión Soviética en 1989 contribuyeron al nacimiento de muchos países democráticos. Mientras que en 1811 había una sola democracia en el mundo, hoy hay 87 países democráticos. El centro de estudios Freedom House, de Estados Unidos, reportó en 2017 una caída de las libertades civiles en el mundo por undécimo año consecutivo, pero la tendencia de los últimos 200 años es claramente positiva. Según la clasificación de 195 países de Freedom House, además de los 87 países que pueden considerarse “libres” (45% del total), hay 59 que son “parcialmente libres” (30%) y 49 que son “no libres” (25%).

Guerras: contrariamente a lo que podríamos pensar si solamente nos basáramos en las noticias del día, hay cada vez menos guerras en el mundo. Mientras que en la antigüedad la violencia humana causaba 15% de las muertes en el mundo, en el siglo XX ese porcentaje cayó a 5% y a comienzos del siglo XXI a menos de uno por ciento. En 2012 murieron víctimas de la violencia unas 620 000 personas en el mundo, de las cuales 120 000 fallecieron en guerras y el resto fueron víctimas de asesinatos. Comparativamente, 1.5 millones murieron a causa de la diabetes. Tal como lo señaló el historiador israelí Yuval Noah Harari, “el azúcar es ahora más peligrosa que la pólvora”.

Calidad de vida: los adelantos médicos nos han permitido —en gran medida— suprimir el dolor. ¿Se imaginan lo que habrá sido ir al dentista para sacarse una muela antes de que se inventara la anestesia? La anestesia, como la conocemos hoy, recién se usa desde mediados del siglo XIX. Hasta hace unas pocas décadas ir al dentista era una tortura. Hoy, aunque no es motivo de celebración, en la mayoría de los casos ni siquiera sentimos el pinchazo con el que nos duermen la boca, porque nos ponen una anestesia local en el lugar de la inyección. La aspirina, que hoy tomamos para quitarnos cualquier dolor, no existía antes de 1899. La gente debía convivir con el dolor, a veces en forma crónica durante toda su vida. Y el aire acondicionado, tan imprescindible para quienes vivimos en lugares calurosos, se inventó a principios del siglo XX. ¿Acaso alguien quisiera ir atrás en el tiempo, a la época en que no había anestesia, ni aspirinas ni aire acondicionado?

Muchos de quienes dicen que el mundo va de mal en peor olvidan otros datos, como el hecho de que hasta la mitad del siglo XIX existía la esclavitud en Estados Unidos y muchos otros países. Y la mitad de la población mundial — las mujeres— eran ciudadanas de segunda clase hasta no hace mucho, aunque lo siguen siendo en numerosos países del mundo islámico. Las mujeres hoy en día viven mejor no sólo porque lograron hacer valer sus derechos, sino también gracias a la tecnología. Mientras que en 1920 la gente — principalmente las mujeres— debía dedicar un promedio de 11.5 horas semanales a lavar ropa, en 2014 ese promedio ha caído a 1.5 horas gracias a la invención de las máquinas de lavar y secar. Esto parece un dato trivial, pero no lo es. Las máquinas lavadoras, los hornos microondas y otros aparatos nos han simplificado la vida y nos han dejado más tiempo disponible para ver televisión o hacer cosas que nos dan más satisfacción. Nuestros antepasados no tenían ese lujo.

¿Continuarán estos progresos en el futuro? 

Todo hace pensar que sí y que la automatización acelerará estas tendencias y nos permitirá vivir más y mejor. Pero en el futuro inmediato, mientras naveguemos en la transición hacia un mundo cada vez más robotizado, tendremos que adaptarnos, actualizarnos, reinventarnos y buscar nuevos nichos en un universo laboral constantemente cambiante y a menudo turbulento. A corto plazo, hasta que las cosas se reacomoden para bien, como siempre ha ocurrido en el pasado, la consigna deberá ser: “¡Sálvese quien pueda!”

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ANDRÉS OPPENHEIMER 

Andrés Oppenheimer es un periodista, escritor y conferenciante argentino que reside en Estados Unidos y ha participado en varios foros internacionales. Ha sido incluido por la revista Foreign Policy en español como uno de los "50 intelectuales latinoamericanos más influyentes".​
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