Estos días de Navidad he
observado a través de los cristales de mi habitación, que en la calle se para
un viejecito que siempre va cargado con numerosas bolsas que las transporta en
un pequeño carrito, tirado por lo que parece ser el esqueleto de una bicicleta vieja.
Me llama la atención porque
siempre que se para en el mismo banco de madera que está enfrente de mi casa y
cerca del parque donde yo suelo jugar con mis amigos. Hoy, se ha
sentado para descansar, luego, poniéndose de pié, y con los brazos en alto mira al cielo y pronuncia unas palabras que yo desde la
distancia en que me encuentro, no acierto a saber que dice. Al final de la conversación
se hace la señal de la cruz y manda un beso al aire. Posiblemente se lo envía a
alguien de quien se acuerda en ese momento y con la que mantiene esta
conversación. Por los gestos de sufrimiento y de pena que reflejan su rostro,
adivino que esa persona debió de ser algo importante en su vida.
Después de un rato el viejecito
se marchó. Pero lo vi de nuevo al día siguiente, e hizo lo mismo que el día anterior: se sentó en el banco para descansar, se puso de pie y
pronuncio aquellas palabras que no supe entender. Al final de la conversación con aquel ser que supuestamente se encontraba en el cielo, siguió su
marchó a no sé dónde.
Me propuse que, si el próximo día
lo volviera a ver, correría hacia donde él se encontraba para verlo de cerca y
poder preguntarle algunas cosas que quería saber de su forma de proceder y que
durante dos días me tenía intrigado. Bien, pues apareció nuevamente, se sentó a
descansar. Me acerqué muy despacito, y me situé delante de él, a unos escasos
metros, y vi por primera su rostro envejecido. Llevaba unas ropas muy sucias,
el pelo muy largo y un poco sucio. Sus zapatos estaban agrietados y llenos de
polvo. No llevaba calcetines y hacía mucho frío.
Yo me quede muy triste al verlo y
no pude contenerme y le pregunte´: ¿Cómo se encuentra usted?... Ya lo ves
hijo mío, me contestó con una voz ronca pero su tomo no era desagradable.
Me parecía escuchar las voces de los personajes de las películas que he visto
en la tele, que representan escenas de la Navidad de nuestro Señor. Me miró con
sus ojos profundos y me preguntó cómo me llamaba y yo le contesté: me llamo
Pepe. En ese mismo instante sus ojos cambiaron de color y lucían más
brillantes, como cuando uno se pone a llorar. Entonces le pregunté con quién
hablaba mientras miraba al cielo. El me dijo que siempre que se encuentra
en este lugar se acuerda de su hija que había fallecido hacía muchos años, y que
la quiso tanto que a todas horas se acordaba de ella. Y que a través de sus palabras
seguía manteniendo su amor hacia su hija, y los cuentos que le contaba cuando ella se iba a dormir.
Yo le pregunté donde pasaría la
Noche Buena, y él me dijo en el albergue donde duerme todas las
noches. Allí me atienden muy bien y me dan de comer y cenar todos los días. En
Noche Buena suelen poner un menú especial para los que no tenemos techo ni
familia.
¿Tú tienes abuelo? Le dije que sí ¿Y cómo se llama? Se llama Pedro y es tan viejecito como usted. Le contesté con lágrimas en los ojos. Pero él se encuentra bien y está rodeado de toda nuestra familia. Y es feliz. ¡Pues como lo envidio!, me dijo apenado. Es un poco cascarrabias, pero lo pasamos muy bien con él porque nos cuenta batallitas del siglo pasado y nos reímos mucho.
Bueno me tengo que ir: que usted lo pase bien y ya
nos veremos. Regresé a mi casa, y al volverme
para decirle adiós, el viejecito ya no estaba, había desaparecido y no me explico cómo.
Regresé al banco y encima del mismo encontré un trozo de papel donde había
escrito una frase que decía: Pepe se bueno y quiere mucho a tus padres y a tus abuelos. Se respetuoso con los demás y estudia mucho para hacerte un hombre de provecho el
día de mañana. Sorprendido por lo que estaba leyendo quise subir
rápidamente a casa para enseñárselo a mama, pero mi sorpresa fue que el texto
había desaparecido y en su lugar había dibujado un corazón.
Escrito por un nieto muy cariñoso con su abuelo
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