Aunque
la crisis y en especial el desempleo azotan a España con mayor violencia que a
otros países de nuestro entorno, el mercado de trabajo no está totalmente
parado (valga la redundancia).
Muchas
personas que actualmente tienen trabajo pero no se encuentran a gusto en él se
preguntan si vale la pena buscar otro, o en la situación que vivimos es mejor
aplicar el refranero popular y pensar que más vale lo malo conocido que lo
bueno por conocer.
El
economista y sociólogo italiano Wilfredo Pareto, autor, entre otras, de la famosa
teoría ABC, describió las fuerzas contrapuestas que suelen operar en una
persona en esta situación: por una parte, siente el deseo de cambiar –aspira a
algo mejor- pero por otra, el miedo o las dudas que pueda albergar frente a lo
desconocido le llevan a permanecer como está. La balanza se inclinará de uno u
otro lado según la personalidad y dependiendo de las circunstancias.
Una
de las causas más habituales para que alguien se plantee cambiar de trabajo es,
sorprendentemente –o quizás no- las desavenencias con el jefe (podría ser
también con algún otro empleado).
Cuando
alguien está a disgusto por su superior y no se siente contento por el trato
que recibe de éste, puede llegar a ser como la erosión, que lentamente va
desgastando la moral y la motivación del empleado, hasta que llega a pensar en
irse.
Por
supuesto, hay otros motivos, entre las que están los económicos (se considera
que el salario no está en consonancia con la aportación que se hace, o la
situación de la compañía es mala, por lo cual debemos pensar en el cambio), el
horario de trabajo, el ambiente general que hay en la empresa, las nulas
posibilidades de crecimiento y desarrollo profesional, o simplemente
consideramos que hemos terminado nuestro ciclo (normalmente estaría relacionado
con la anterior causa).
Es
importante hacer auto-análisis y ser consciente de cuáles son los motivos que
nos impulsan a desear este cambio, y no sólo del principal, ya que puede haber
varios.
En
muchos casos, el deseo de irse de la empresa es tan fuerte que a la hora de
cambiar nos olvidamos de que debemos considerar unos mínimos, sino queremos ir
de Guatemala a Guatepeor.
Por ejemplo, siento que mi ciclo ha terminado y que no puedo
progresar más, y sin embargo, acepto un empleo en el cual voy a empezar en una
categoría inferior a la que ocupo ahora, pero con la esperanza de mejorar
posteriormente. ¿Es razonable?
En
otra situación, no estoy a gusto con el sueldo que tengo, y encuentro otro
trabajo en el cual voy a cobrar un poco más, pero está a setenta kilómetros de
donde vivo, con lo cual voy a tener que desplazarme en coche, con la
consiguiente pérdida de tiempo y dinero, y normalmente tendré que comer fuera.
¿He hecho bien las cuentas?
En
otro caso, y volviendo a una de las causas más habituales, no estoy contento
con mi jefe; en la entrevista que hago en otra empresa, percibo detalles
muy extraños acerca de la manera de ser del que sería mi nuevo jefe y del
ambiente de la empresa. ¿Casualidad? Es posible, pero...
Volviendo a Pareto, unas veces la balanza se
inclinará hacia el cambio y otras veces elegiremos quedarnos como estamos, pero
es importante tener claro qué es lo que hay que poner en cada plato.
Pablo Rodriguez
Consultor de Empresas
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