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sábado, 7 de noviembre de 2015

El sentido de lo que hacemos es la piedra filosofal del trabajo

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La respuesta a por qué hacemos aquello que hacemos es la base de la motivación de la fuerza laboral; el sentido y el propósito son el motor de cada trabajador.

Hay que estar de vuelta. Hay que sacudirse el papel picado, las serpentinas y quitarse el bonete de cartón de las fiestas que proponen los gurúes de moda. Es decir, ponerse a pensar en serio las cuestiones del management, sin deslumbrarse por los fuegos artificiales que las pintan como una diversión fácil y farandulesca.

Soluciones en siete, cinco o menos pasos, que no provocan nada más que la ilusión de que coordinar un grupo de trabajo consiste solo en la habilidad de apelar a algunos trucos sencillos. Pero aparece un párrafo que subraya la complejidad, la raíz de todas las acciones posibles, el punto de origen desde donde habrán de desplegarse tales acciones, tal vez infinitas, porque cada una tendrá sus características particulares, de acuerdo al contexto. Dice así: "Es importante retener esta idea: la primera función del management es ayudar a construir sentido, y el sentido se construye acercando las distintas prácticas que pueblan la organización". Su autor es Ernesto Gore, un especialista argentino con muchos años de dedicación al estudio de las tramas del liderazgo. Está publicada en la revista electrónica "Empresa", de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, número 217.

Parafraseando el título de la novela de Joseph Conrad, esto es entrar en el corazón de las tinieblas. Para entenderlo hay que estar de vuelta y descubrir que "el sentido" es la madre que acuna cualquier actividad laboral y, a la vez, una posición frente a la vida. Un líder solo es tal en tanto pueda otorgar sentido a sus colaboradores, se encuentren en el nivel que se encuentren. Porque la pregunta que late en la mayoría de los seres humanos es:

"¿Qué estoy haciendo aquí?"

La humanidad toda se lo ha venido preguntando y las respuestas fueron variadas, desde la teología hasta el nihilismo. Pero cualquier persona, individualmente, se lo pregunta cada vez que va o vuelve de su trabajo.

"¿Qué sentido tiene lo que está haciendo?"

A estas alturas del siglo XXI, cada vez queda menos vigente aquel castigo bíblico de"ganarás el pan con el sudor de tu frente".

En primer lugar, porque cada vez hay menos frentes humedecidas por el esfuerzo, aunque existen y son muchos los que lo cumplen. Por lo general, son los que más bajo salario reciben. Es un trabajo de menor valor agregado. 

En segundo lugar, el sudor se ha desplazado unos centímetros y lo podemos encontrar dentro de un enjambre de neuronas hiperactivas y, en esa condición, aparece con más fuerza la pregunta: "¿Qué estoy haciendo aquí?"

No se puede pensar que el liderazgo continúe inalterable ante tan grandes cambios. Es inevitable asociar la idea del castigo bíblico con aquel, muy anterior, que pertenece a la mitología griega. El castigo que impone Zeus a Sísifo es empujar una pesada piedra hasta lo alto de una colina, dejarla caer y volver a buscarla para remontarla nuevamente. Así, por los siglos de los siglos.

Cualquier aspirante a líder se ve obligado a internarse en el corazón de las tinieblas para identificar el sentido íntimo de quienes lo acompañan, si es que lo hubiere. Y si el sentido de lo que se hace está ausente, hay que crearlo o, por lo menos, propiciarlo.

Los líderes no son dioses, ya se sabe, pero hay algunas cualidades de éstos que están en condiciones de ejercer. Más concretamente, entender a su gente, marcar rumbos, compartirlos, escucharlos, hablar, explicar. Es una tarea cotidiana que no tiene fin, sino resultados sucesivos que se van recogiendo a través del tiempo, a veces con muy pequeñas acciones. No hay trucos ni magia al instante.

Jorge Mosqueira
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