Marta quiere alquilar la habitación de un piso que le sobra pero también quiere conocer a personas nuevas. Alberto viaja frecuentemente de Barcelona a Montpellier y buscar en distintas plataformas cómo hacerlo de manera barata y compartiendo gastos de su coche. Juan quiere montar un huerto urbano en su barrio y para ello busca gente que aporte sus conocimientos, su dinero o su tiempo.
Todas son imágenes y estampas frecuentes de este tiempo. Millones de ciudadanos han tenido que modificar sus hábitos, muchos es probable que no lo consigan nunca, y otros los traen de serie porque no han conocido una economía y una sociedad diferentes. Se les llama prosumidores. ¿Son los prosumidores el nuevo Homo Economicus? Lo cierto es que el tradicional comportamiento pasivo de ciudadanos consumidores está pasando a mejor vida. O al menos, así se proclama.
Hay muchos interrogantes que se nos amontonan y que apenas conseguimos ir descifrando tímidamente. ¿Cómo gestionar socialmente en todas sus vertientes esta nueva realidad? ¿Es la economía colaborativa socialmente responsable? ¿Están sus usuarios realmente preocupados por la sostenibilidad o el mejor uso de los recursos limitados? Darles respuesta exige en primer lugar ordenar algunos conceptos e ideas.
Para comenzar ¿a qué llamamos economía colaborativa? La Asociación de Economía Digital ha hecho público recientemente un informe en el que establece una taxonomía de los distintos modelos de negocio desde la óptica de las plataformas. Establece así tres categorías: economía colaborativa, economía de demanda y economía de acceso.
Esta clasificación introduce un debate de cierto interés entre los más interesados en esta materia, pero los matices quizás no estén al alcance de la mayoría. Por aportar algunas ideas para futuros informes, me parece muy relevante separar las actividades donde el ánimo de lucro es algo nuclear y sustantivo del modelo concreto, de aquellas en las que las prácticas de los usuarios de las plataformas, si bien estén lejos del altruismo puro, sí se ordenan jerárquicamente en torno a la cooperación como principal valor.
La economía colaborativa, después de unos primeros años de auge e implosión, puede llegar a convertirse en un término fetiche, para referirse a ciertos modelos de negocio que han sabido aprovechar de forma brillante la tecnología, los cambios en los patrones de consumo por la crisis económica y el advenimiento de una suerte de comunitarismo de baja intensidad. De su capacidad para definir lo que es o no es, dependerá finalmente su constitución como un sector unido en torno a ciertos objetivos comunes.
La dicotomía competición/cooperación que ha articulado buena parte de los debates teóricos de la ciencia económica durante el último siglo, encuentra en este sector un terreno abonado para seguir indagando en torno a qué mueve a las personas a la hora de obtener utilidad de entre las distintas alternativas que pueden encontrar en la sociedad.
Su alcance está aún por definirse, pero no parece extraño que la explicación más verosímil se encuentre más en un proceso de adaptación a una disminución en la capacidad de generar rentas y, por tanto, en una reducción de sus posibilidades de consumo, que en un cambio transformador o emancipador en términos de estructura social e institucional. Lo cierto es que independientemente de su taxonomía y de qué modelos se incorporen en una u otra definición, quedan muchos interrogantes que deben ser debatidos ampliamente en nuestra sociedad. Los grandes retos que debemos afrontar son en términos de regulación, de derechos laborales, de fiscalidad, de derechos de consumidores, de impacto social y económico...
En relación al papel que le corresponde jugar al Estado en esta materia la pregunta que me formulo es la siguiente: ¿Debemos considerar al sector público como un agente que tiene en esta materia un rol circunscrito solo a su papel de regulador?
Antes de que alguien esté pensando en veleidades de otras épocas pretéritas, hay que decir que igual que en otros sectores se producen fallos del mercado y, por tanto, una intervención del sector público no solo está justificada, sino que además introduce eficacia y eficiencia en la provisión de ciertos bienes y servicios al servicio del bienestar social, el sector público debería también posicionarse en el terreno la economía colaborativa en otros términos.
¿Un modelo de sector público innovador y alejado del viejo Estado centralizado y burocrático no podría generar plataformas digitales en torno a las cuales los ciudadanos puedan ejercer de prosumidores en sectores o áreas donde el mercado de la economía colaborativa no alcanza?
Como les decía, un sector lleno de interrogantes. De ahí que se haya convertido en centro de grandes debates en esta época marcada por la incertidumbre.
Agustín Baeza
Consultor y Asesor en Asuntos Públicos
Por gentileza de:
______________________________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario