Según me dijo Frey, la lista de empleos en peligro abarca “los que tienen que ver con almacenar o procesar información, desde trabajos de oficinistas hasta las áreas de ventas y servicios. La lista es interminable”. Según Osborne, “la novedad de la tecnología es que ahora puede reemplazar labores rutinarias de oficina, de la misma manera en que desde hace mucho ha venido reemplazando las labores manuales rutinarias en las fábricas”. Cuando le pregunté si me podía dar una regla general sobre quiénes corremos más peligro de perder nuestros trabajos por la automatización, Osborne respondió que “la probabilidad de automatización de un trabajo está muy estrechamente relacionada con el nivel de habilidades o estudios. La gente con altos niveles de habilidades o estudios estará bien equipada para moverse hacia los nuevos trabajos que surjan en los próximos años, mientras que los que están menos capacitados serán los que corren más riesgo de ser reemplazados por completo”.
Otros futurólogos que entrevisté coincidieron en que la formación académica y las habilidades como la creatividad, la originalidad, la inteligencia social y emocional —que también deberán enseñarse en las universidades— serán clave para las profesiones del futuro. Y la formación académica tendrá que ir mucho más allá de las actuales carreras unidimensionales, como la abogacía, la medicina o la administración de empresas. Las nuevas carreras universitarias serán cada vez más interdisciplinarias e incluirán capacidades tecnológicas y habilidades de razonamiento crítico, resolución de problemas y trato interpersonal. Además serán intermitentes, en el sentido de que incluirán actualizaciones de por vida.
Por ejemplo, un médico dermatólogo hasta ahora estudiaba únicamente medicina, se especializaba en dermatología y dedicaba buena parte de su tiempo a ver las manchas en la piel de sus pacientes y a decidir cuáles son potencialmente cancerosas. Pero ahora ya existen aplicaciones de nuestros teléfonos inteligentes que pueden sacar una foto de las manchas en la piel y decirnos al instante si son “buenas” o “malas”.
Los médicos que quieran dedicarse a la dermatología tendrán que especializarse en terapias de cáncer en la piel que serán tratadas cada vez más con la ayuda de algoritmos y robots, para lo cual tendrán que estudiar más estadística y quizás algo de robótica. Todos los médicos que tengan un buen trato humano y empatía con sus pacientes y que puedan explicar los diagnósticos de las máquinas inteligentes serán requeridos en el futuro, pero los que entiendan mejor las nuevas tecnologías serán los más exitosos. Y si un cardiólogo, por ejemplo, también estudió ingeniería y puede recetar marcapasos y fabricarlos individualmente con impresoras 3D según las necesidades de cada uno de sus pacientes, será aún más requerido.
Anders Sandberg, un filósofo doctorado en neurociencias computacionales que investiga el futuro de los empleos en la Universidad de Oxford, me sintetizó así —medio en serio, medio en broma— cuáles serán los trabajos que sobrevivirán: “Es muy fácil, si tu trabajo puede explicarse fácilmente, puede automatizarse, si no, no”. En efecto, los algoritmos y los robots son mejores que los humanos en hacer tareas repetitivas y previsibles. Un algoritmo aprende como un bebé, a base de ejemplos o conductas que se le enseñan. Si uno puede mostrarle a otra persona una lista detallada de las tareas que realiza y si la mayoría de estas tareas son relativamente previsibles, tarde o temprano ese trabajo será reemplazado por un algoritmo o por un robot. Y todos nuestros empleos tienen por lo menos una parte de actividades que se automatizarán.
ANDRÉS OPPENHEIMER
Andrés Oppenheimer es un periodista, escritor y conferenciante argentino que reside en Estados Unidos y ha participado en varios foros internacionales. Ha sido incluido por la revista Foreign Policy en español como uno de los "50 intelectuales latinoamericanos más influyentes".
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