En su conferencia en Singularity University, Peter Diamandis no le dedicó mucho tiempo a hablar sobre la tolerancia al fracaso. Quizá no le prestó mucha atención al tema porque estábamos en Silicon Valley, donde la enorme mayoría de los emprendedores dan por sentado que el éxito suele ser el último eslabón de una larga cadena de fracasos. Pero en el resto del mundo, sobre todo en Asia y América Latina, todavía existe una gran necesidad de crear una cultura de tolerancia social hacia el fracaso individual. Como lo conté en ¡Crear o morir!, una de las cosas que más me impresionó en mis primeros viajes a Silicon Valley fue la cantidad de gente joven que me encontré que me contaba casualmente, sin que les preguntara al respecto, que habían fracasado en varias startups —o compañías emergentes— antes de iniciar su actual emprendimiento. En otras partes del mundo, mucha gente todavía se avergüenza de sus fracasos, lo que constituye uno de los mayores frenos a la innovación.
Casi todos los grandes innovadores de la Humanidad fracasaron muchas veces antes de hacer sus descubrimientos. Thomas Alva Edison, el empresario que inventó la bombilla eléctrica de uso masivo y patentó casi 2 000 invenciones —incluyendo el fonógrafo y la filmadora de cine— hizo más de 1 000 intentos fallidos antes de dar con la lamparita eléctrica. Según sus biógrafos, Edison dijo: “No fracasé 1 000 veces, sino que la invención de la bombilla requirió 1 000 etapas”.
Otra historia que se enseña en muchas escuelas de negocios de las universidades —pero no a los niños de la escuela primaria, como debería hacerse— es la de Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono. Según sus biógrafos, Bell ofreció vender en 100 000 dólares el teléfono que había inventado, pero el ejecutivo de Telegraph Company (hoy Western Union) que recibió su propuesta la rechazó, preguntando: “¿De qué le serviría a nuestra empresa comprar un juguete eléctrico?” Otra versión de la misma historia dice que un miembro del comité de Telegraph Company que rechazó el invento de Bell habría dicho en la reunión de evaluación: “¿A quién se le ocurriría comprar ese torpe aparato cuando uno puede enviar un mensajero a la oficina de telégrafo y mandar un mensaje escrito con total claridad?”
De la misma manera, los pioneros de la aviación Orville y Wilbur Wright hicieron 163 intentos fallidos antes de completar con éxito su primer vuelo tripulado. Y el pionero de la industria automotriz, Henry Ford, que fabricó el primer automóvil de uso masivo producido en serie, habría llamado a su auto el Ford T porque empezó por el modelo A y tuvo que reinventarlo 19 veces, hasta que llegó a la letra T, según una historia no confirmada, pero ampliamente difundida.
¿Acaso los docentes no deberían enseñarles a los jóvenes desde muy niños la importancia de no dejarse amilanar por el fracaso y contarles historias como éstas? Como me los dijeron algunos de los principales innovadores del mundo que he entrevistado, estas historias no son la excepción, sino la regla. Deberían enseñarse en todas las escuelas, y es algo que los docentes pueden hacer mucho mejor que los robots, o los videos de realidad virtual.
ANDRÉS OPPENHEIMER
Andrés Oppenheimer es un periodista, escritor y conferenciante argentino que reside en Estados Unidos y ha participado en varios foros internacionales. Ha sido incluido por la revista Foreign Policy en español como uno de los "50 intelectuales latinoamericanos más influyentes".
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