El mensaje de los riesgos económicos del Brexit, repetido hasta la saciedad por el establishment político, no caló entre los votantes británicos, especialmente en el Norte de Inglaterra. Pasadas las cuatro de la madrugada, hora de Londres, Nigel Farage, líder del antieuropeo UKIP, declaraba su ansiado “día de la independencia”.
La histórica decisión lanza a Reino Unido al territorio de lo desconocido, hiere considerablemente el proyecto europeo e insufla aire en el movimiento contra el establishment político que lleva años creciendo en Europa.
Se va la segunda economía de la Unión Europea, situando al club, al que los británicos pertenecen desde hace 43 años, ante un desafío sin precedentes. El resultado amenaza el futuro político del primer ministro conservador, David Cameron, y también el del líder de la oposición, Jeremy Corbyn. Ambos pidieron el voto por la permanencia en una campaña agria y muy ajustada.
El valor de la libra esterlina -que llevaba subiendo desde el lunes pasado al rebufo de las últimas encuestas, que daban una ligera ventaja a la permanencia, lleva cayendo desde que se fueron conociendo los resultados, y a las 7:00 alcanzaba su nivel más bajo de los últimos 30 años frente al dólar.
Las Bolsas, a juzgar por lo que está ocurriendo en los mercados asiáticos, temen un viernes negro y no falta quien califica el resultado como el Lehman Brothers europeo.
Ahora toca que Europa afronte unida las reformas necesarias que pongan fin a su fragilidad.
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