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martes, 29 de noviembre de 2016

Negocios y empresas familiares

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Habitualmente, las empresas comienzan siendo un pequeño negocio que va creciendo, expandiéndose y aumentando su cuota de mercado y su estructura. De un autónomo o una pequeña sociedad limitada pueden llegar a surgir empresas con volúmenes de facturación de millones de euros y con decenas de empleados.

La transición suele ser gradual, de manera que, si bien no se producen grandes sobresaltos en ese sentido, llega un momento en el que es necesario plantearse una adecuada profesionalización de la organización.

Como decía Josep Tarradellas, el fundador de Casa Tarradellas, llega el momento de convertir el negocio en una empresa. Éste es un paso que le resulta complicado a muchas de las Pymes que conforman nuestro tejido empresarial.

En muchos casos, a pesar del crecimiento experimentado y de contar con una estructura organizativa de cierta complejidad, el fundador de la empresa continúa al frente de la misma y con la intención de controlar todos y cada uno de los movimientos que existen en la empresa, como siempre ha hecho.

Este tipo de actuaciones son comprensibles y tienen su lógica, es su empresa y quieren estar al tanto de lo que se hace y seguir participando en la gestión. Sin embargo, en multitud de ocasiones se producen situaciones bastante paradójicas en las que por una parte se ha contratado a personas cualificadas y con criterio, a las cuales se considera suficientemente capacitadas para dirigir su área o departamento, pero a la hora de la verdad, el dueño sigue gestionándolo todo.

El paso de negocio a empresa es delicado, y el proceso de delegación que deben realizar los creadores de las empresas es complicado, ya que les resulta difícil dejar de hacer lo que siempre han hecho, por lo que muchas veces estos empleados se limitan a ser gestores del día a día y consejeros del dueño, que es el que toma las grandes (y pequeñas) decisiones.

Otros empresarios tienen claro que deben realizar este paso y lo afrontan con decisión y valentía, pero es indudable que apartarse de las decisiones operativas es un proceso complicado para ellos. 

Otro apartado en el que muchos pequeños empresarios todavía no son capaces de desligar es el monetario. Desde que era autónomo, el empresario ha manejado las finanzas de la empresa mezcladas con las suyas propias, y esto en muchas ocasiones no varía aunque la empresa haya crecido.

Desde mi punto de vista, esto constituye un error. Evidentemente, el empresario puede fijarse una buena retribución mensual a sí mismo, y anualmente (o trimestralmente, a cuenta) puede establecerse qué parte de los beneficios de la empresa se queda él y qué parte revierten en la empresa para fortalecer los Fondos Propios.

Pero debe existir una separación clara entre la gestión de la empresa y la de sus cuentas personales; en muchas empresas la famosa Cuenta Corriente con Socios adquiere proporciones desmesuradas, y siempre en aumento. Además de las implicaciones fiscales que puede tener, el paso indiscriminado de dinero de las cuentas de la empresa a las de los socios supone en muchos casos complicaciones añadidas a la gestión de la empresa: problemas de liquidez, mayores costes financieros, etcétera.

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Pablo Rodríguez es licenciado en Ciencias Empresariales, postgraduado en Auditoría de Cuentas y máster MBA, apasionado del mundo de la economía y la gestión empresarial. 
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