La tecnología de impresión 3D prometía una optimización de las existencias y una personalización de los productos sin precedentes, dos grandes ventajas que llevaban al fabricante de gafas Etnia Barcelona a plantearse su adopción. Pero, ¿debía detener sus planes de producción y apostar por una tecnología que aún tardaría tres años en funcionar a pleno rendimiento?
LA HISTORIA
"En este negocio, nunca dejas de estar preocupado: a veces sobre el capital circulante y otras sobre las ventas que pierdes". Así se expresaba David Pellicer, el fundador de Etnia Barcelona.
La empresa, que comercializaba gafas muy valoradas por su diseño, variedad y exclusividad, nació en 2001. Sus ingresos crecían de forma constante más de un 30% anual desde su creación y las ventas previstas para 2016 se situaban en 1,1 millones de unidades y 72 millones de euros. "Prosperamos produciendo los productos más complejos, apostando por una gran calidad y produciendo lotes muy, muy pequeños", explicaba el fundador de la empresa.
Producción exclusiva
El catálogo de Etnia solía contar con unos cien modelos diferentes. Cada tres meses, se lanzaba una nueva colección de entre 20 y 30 modelos en nueve combinaciones de colores o formas y se dejaba de fabricar un número similar. "Si un producto no gusta de verdad a nuestros clientes, simplemente desaparece del catálogo", aseguraba Pellicer.
Más del 70% de los modelos de Etnia se fabricaban con acetatos de dos proveedores distintos: Hua Yi, cuyo plazo de entrega era de un mes, y Mazzucchelli, que necesitaba tres meses para completar un pedido.
En el caso del italiano, Pellicer debía adquirir la cantidad adecuada de material con mucha antelación, sin ni siquiera ver los acetatos finales. Dado que la cantidad mínima por pedido era de 100 kilos, necesitaba cierta inspiración y en ocasiones resultaba insuficiente. "Tengo la impresión de que todos los años perdemos alrededor del 20% de nuestras ventas en demanda no satisfecha", aseguraba.
El proceso de producción de un par de gafas de acetatos era lento y principalmente manual. En total, llevaba 10 semanas. Mucho más rápida era la producción de gafas de metal, que suponían el 30% de los modelos.
Y una producción más ágil era lo que ofrecía Joan Jané, integrante del equipo de HP encargado de diseñar la cadena de suministro de la impresora 3D con tecnología Multi Jet Fusion.
Con la impresión 3D, "las cadenas de suministro se transformarán y las empresas serán capaces de aprovechar la reducción de costes en logística, al tiempo que mejorarán su capital circulante mediante la optimización de sus existencias", prometía Jané. La nueva tecnología haría posible la personalización de los productos, series cortas, producción más cercana a la demanda y formas geométricas libres, entre otras posibilidades.
"Actualmente, las impresoras 3D industriales cuestan entre 100.000 y 1 millón de dólares. Nuestra impresora HP Jet Fusion 3D 3200 costará 130.000 dólares y, con la estación de procesamiento, podrá ascender a 155.000 dólares", añadía Jané. En tres años, la máquina debería estar lista para producir con los acetatos que utilizaba Etnia y, en el futuro, utilizar materiales hasta entonces inimaginables.
Las palabras de Jané daban que pensar a David Pellicer. El equipo técnico de Etnia en China había estado trabajando en una nueva cadena de montaje totalmente automatizada, que les permitiría traer parte de la fabricación a Barcelona y reducir los plazos y los costes. Esperaban incrementar su productividad en al menos un 20%, mientras que la diferencia de coste de la mano de obra era de tan solo el 30%.
En este contexto, ¿debería interrumpir los nuevos planes de producción o seguir adelante y esperar a ver la evolución de la impresión 3D?
El caso Fabricación aditiva en Etnia Barcelona (P-1155), elaborado por los profesores Eduard Calvo, Alejandro Lago y Frederic Sabrià, está disponible en www.iesep.com.
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