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martes, 26 de septiembre de 2017

Química y Liderazgo



Sostiene Simon Sinek en su recomendable libro "Los líderes comen al final", que la Madre Naturaleza (MN) nos ha programado desde el inicio de los tiempos con un eficaz y poderoso sistema de incentivos que nos recompensa por mantenernos con vida, a nosotros y a los que nos rodean, cuidándonos con sustancias químicas que nos aportan bienestar cuando actuamos alineados con este objetivo fundamental. Ahora, tras miles de años de evolución, somos completa y absolutamente dependientes de esos complementos químicos que ya son parte esencial de nuestras vidas.

De todas las hormonas y neurotransmisores que existen, el autor identifica cuatro elementos básicos que contribuyen decisivamente a nuestros sentimientos positivos y que genéricamente llama ‘felicidad’: endorfinas, dopamina, serotonina y oxitocina (EDSO). Cuando experimentamos una sensación de satisfacción o de alegría, seguramente una o varias de estas hormonas estarán circulando por nuestro torrente sanguíneo aunque, en realidad, no existen para hacernos sentir bien, sino que cada una de ellas contribuye a otro propósito mucho más práctico y vital: la supervivencia de la especie.

Cuando nuestro prehistórico antecesor del paleolítico tenía que salir a cazar para poder comer, se veía sometido a interminables sesiones de persecución que podían durar días hasta que abatía a su presa, así es que, cuando se encontraba extenuado para poder continuar, la MN le incentivaba con un chute de endorfinas que le hacía sentir placer en el dolor, algo parecido a lo que les pasa hoy en día a los corredores de maratones, con la diferencia de que en aquellos tiempos lo que estaba en juego era su propia vida y la de su tribu. Si no cazas, no comes, y sino comes te mueres…y desapareces como especie. Las endorfinas nos aportan el impulso necesario para seguir adelante cuando estás agobiado. Hasta tal punto lo tenía claro la MN que consiguió que, con este apoyo químico, cazar o cultivar la tierra se convirtieran en actividades adictivas para los seres humanos de aquel tiempo, de manera que no esperaran a no tener comida para salir a por ella.

En la actualidad, el cuerpo ya no recompensa con endorfinas la búsqueda de alimentos, tan solo hay que ir al supermercado de la esquina para encontrarlos, así es que las actividades de las que disponemos para obtener una inyección de endorfinas son el ejercicio físico, la conexión con la naturaleza, dedicar tiempo a aficiones, la relajación y los masajes, el sexo… y, sobre todo, la risa, la mejor productora de endorfinas que existe. Igual no toca más sexo en la oficina, pero algo más de sentido del humor sí sería muy recomendable.

Por otra parte, cuando nuestros antepasados, durante sus largas batidas de caza, localizaban una pista, unas huellas en la arena o divisaban a lo lejos al animal, una vez más, la MN les pegaba otro apretón, esta vez de dopamina, para que no se rindieran, para que perseveraran hasta alcanzar el objetivo. La dopamina nos convierte en una especie orientada hacia las metas tangibles y visibles (quizá por eso nos gusta tanto tachar tareas de nuestras listas de ‘cosas pendientes’). Cuanto más exigente es la tarea, cuanto más desafiante es el reto, cuanto más trabajo y esfuerzo requiere, mejor nos sentimos al conquistarlo, pues mayor es el chute de dopamina.

Nuestra capacidad de trabajar duramente y de perseverar en el esfuerzo se debe a las endorfinas y nuestro talento para concentrarnos en la tarea hasta alcanzar las metas y objetivos propuestos, al poder motivador de la dopamina… pero siendo necesaria esta capacidad del líder para crear contextos en los que se generen estas dos hormonas, no es suficiente todavía para ser reconocido como tal por sus potenciales seguidores.

El ser humano, desde que existe, es un individuo pero también es miembro de un grupo. Es un ser social que convive con la tribu, que toma decisiones que no solo le afectan a él mismo sino también a los demás y que colabora con los otros para sobrevivir. De hecho, lo que nos hace esencialmente diferentes como especie es nuestra capacidad para colaborar y trabajar en equipo, lo que nos ha permitido progresar y adaptarnos a cualquier entorno. Tanto si nos gusta como si no, no somos suficientemente fuertes como para sobrevivir solos y mucho menos para evolucionar, así es que, de nuevo la MN tenía previsto otro par de regalitos químicos para animarnos a aplicar y a desarrollar estas capacidades sociales imprescindibles para nuestra supervivencia; la serotonina y la oxitocina, sin efecto tan inmediato como las dos anteriores pero cuyos beneficios duran más tiempo.

Como seres sociales que somos, no solo queremos sino que necesitamos la aprobación y el reconocimiento de los demás. Necesitamos sentir que, sobre todo los miembros de nuestro propio equipo, nos valoran a nosotros y al esfuerzo que hacemos en beneficio del grupo. Cuando nos ponemos al servicio de los demás, la serotonina nos hace sentir genial y gracias a la valoración y el respeto que recibimos de los demás miembros del grupo que nos anima a seguir haciéndolo. Por otra parte, también funciona en sentido inverso, y los beneficiados por nuestra entrega se sienten asimismo incitados por la serotonina a esforzarse para que nos sintamos orgullosos de ellos. Ella nos motiva a asegurarnos de que cuidemos de quienes nos siguen y ayudemos a quienes nos guían. Lo cierto es que, si para liderar hay que servir, dedicar tiempo y energía en beneficio de los demás resulta ser un pre-requisito indispensable para el liderazgo, y es la serotonina la que nos impulsa a hacerlo.

Por último, la oxitocina, la sustancia química favorita de la mayoría, también conocida como la hormona del amor, nos proporciona la sensación de amistad, lealtad y confianza profunda aunque, como las demás, no existe para hacernos sentir bien, sino para ayudarnos a sobrevivir. Sin ella no podríamos forjar vínculos sólidos de confianza, no tendríamos nadie en quien confiar, ni amigos, ni pareja, ni podríamos criar a nuestros hijos, de hecho, ni siquiera les amaríamos… la oxitocina es la hormona que nos hace seres sociales y nos permite cooperar, colaborar y a trabajar en equipo. Nos ayuda a progresar, a evolucionar como especie y nos hace mejores personas, pues a medida que aprendemos a confiar siendo a la vez dignos de confianza, más fluye y más fuertes son nuestras conexiones, vínculos y relaciones. El contacto físico libera la oxitocina, un apretón de manos, un abrazo un poco más largo de lo normal, chocar las palmas, pasar el brazo por encima del hombro… demuestran a los demás nuestra disposición a confiar.

Cuando en una organización, empresa o equipo, el líder no es capaz de generar espacios en los que las personas se sientan a salvo, confiadas y protegidas por un ‘círculo de seguridad’, espacios en los que se liberen serotonina y oxitocina, entonces aparece el cortisol. Mal asunto para crear relaciones de confianza y trabajar en equipo. El cortisol también es una hormona imprescindible para nuestra supervivencia que nos pone alerta y en tensión para evitar peligros inminentes, pero las oficinas, el trabajo o el deporte no deberían ser espacios en los que nuestras vidas se sientan amenazadas. De hecho, no lo son, pero nuestro cerebro, primitivamente programado, no es capaz de percibir la diferencia y reacciona como si lo fueran, con el consiguiente impacto y desgaste en nuestros cuerpos (ansiedad, angustia, depresión, estrés…). Mientras que la oxitocina refuerza nuestro sistema inmunológico, el cortisol, mantenido demasiado tiempo en nuestro cuerpo, lo pone en grave peligro.

Podríamos decir que el liderazgo es una pura cuestión de bioquímica y que los mejores líderes son aquellos capaces de preparar un selecto ‘happiness cocktail’ para todos los miembros de sus Equipos, compuesto por las cantidades justas y equilibradas de las cuatro ‘hormonas de la felicidad’. Estos líderes además de ser trabajadores ejemplares e inasequibles al desaliento, con ambiciosos objetivos y metas claras que persiguen sin descanso (a tope de endorfinas y dopamina), también… ¡sobre todo!, se preocupan de proteger y cuidar a las personas y las relaciones, poniéndose a su servicio para co-crear juntos empresas y organizaciones más humanas con las que sus integrantes se puedan identificar, se quieran comprometer y a las que se sienten orgullosos de pertenecer (serotonina y oxitocina).

Podemos animar, pero no podemos motivar a nadie. La motivación de cada persona viene determinada por los incentivos químicos que todos llevamos dentro y que responden a nuestro deseo de repetir las conductas que nos hacen sentir bien y evitar las que nos causan dolor. El líder es un artista creando contextos, espacios y relaciones en los que se liberen en cada momento las sustancias químicas adecuadas que encajen con la naturaleza propia del ser humano, creando así un equipo de personas capaz de motivarse a sí mismo. ¡Cuánto vale eso!

Imanol Ibarrondo
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