Quienes usan caretas profesionales no suelen estar bien vistos, y adoptar una pose tiene una connotación negativa. Los que van de diferentes o de muy ocupados, los arrogantes, los que se muestran demasiado sinceros, o los 'buenistas' que viven en un mundo irreal de satisfacción. Sin embargo, todas esas poses pueden merecer la pena si se encuentran aspectos positivos.
Podemos usar pantallas, caretas o disfraces en nuestra vida profesional. Todas influyen en nuestra carrera y en el puesto que ocupamos. Algunos escogen la arrogancia y deciden ir de sobrados; otros adoptan una pose de diferentes, con rarezas y extravagancias calculadas, creyendo que eso les da una visibilidad única. Hay quien se decide por parecer eternamente ocupado, y quien se crea un personaje de influencer, aprovechando el altavoz de las redes sociales.
Más que de esas poses o caretas, la verdadera influencia y la visibilidad rentable dependen de nuestra capacidad para demostrar resultados. La simple apariencia, la visibilidad vacía y los personajes sin contenido valen de muy poco, porque se comete el error de confundir visibilidad con competencia.
Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, cree que "mantener una pose, elegir una identidad o actuar (en el sentido de interpretar un papel) puede tener efectos positivos si se gestiona adecuadamente y se construye sobre lo que somos (aunque se exagere un poco)", aunque Pilar Jericó, presidenta de Be-Up, recuerda que "la pose tiene una connotación negativa y en general denota una alta dosis de inseguridad. Se genera por aprendizaje. Aprendemos observando, se tiende a adoptarla, y se crea como cortina de humo que tapa otras cosas, como es el caso de los workaholic o de quienes adoptan el personaje del arrogante".
Para Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, "la pose no deja de ser algo artificial, como una carcasa. Antes o después muestra grietas y se ve lo que uno es realmente. La máscara se cae en situaciones de crisis o tensión y ahí sale el ADN. La pose permite sobrevivir durante un tiempo, pero siempre a corto plazo". Añade que "el riesgo de no ponerse una careta y mostrar emoción es que puedes resultar muy agresivo. Pero el riesgo de lo opuesto es que resulta falso y de cartón piedra. No hay coherencia entre lo que se dice y lo que se siente, y es entonces cuando se da una falta de credibilidad".
Guillem Recolons, socio de Soymimarca, opina que "aunque todos dejamos una sola marca personal, lo cierto es que podemos ocupar distintos roles o poses en función de la persona a la que nos dirijamos. Nadie habla igual a un niño de cinco años que a un médico de cabecera. En las empresas, esos roles se acentúan a veces por pura necesidad de supervivencia y a veces por actitud ante la vida".
Andrés Pérez añade que "la pose puede ser útil y no siempre se puede decir que la persona que hay detrás tenga intención de manipular. Una persona en su primer empleo tratará de caer bien; un profesional mayor que lleve tiempo desempleado y que consiga una nueva oportunidad laboral tratará de mostrar sus cualidades a los 'de arriba'; un empleado tradicional tratará de adaptar su comportamiento o incluso su aspecto a un entorno más juvenil y positivo si entra a trabajar en una start up tecnológica. En estos casos no sería tanto una pose como una necesidad de adaptarse al entorno".
Pérez advierte de que siempre nos van a etiquetar, por lo que, casi de forma inconsciente, vamos a adaptar el comportamiento, el aspecto y la forma de comunicar a lo que consideremos que nos favorece más: "Lo importante es que la pose se construya sobre lo que ya somos. Se trata de elegir en nuestra mochila de atributos y cualidades personales aquellos que mejor se adapten a la situación, en lugar de engañar siendo lo que no somos". Añade que "el entorno profesional suele ser bastante artificial y mucho más volátil. Podría decirse que la máquina de café o el descanso para comer dan una tregua, pero más bien suele ser al contrario. Es en esos momentos menos profesionales en los que parece que hay que reforzar los atributos profesionales. El deportista, el viajero, el chistoso, el friki o el que todo lo sabe, aprovechan esos minutos para reforzar su posicionamiento. Son momentos importantes para marcar el territorio".
Pilar Jericó se refiere a otros perfiles, como el callado, que se escuda en su pose de introvertido. Y Ovidio Peñalver cita al que va de moderno, el innovador tecnológico, a la última en redes y sistemas (esta pose puede tener algo de positivo y permite aportar). También al innovador en tendencias, "que va de creativo y con un punto esnob", y al relacionado, que conoce a todo el mundo, y al que siempre le invitan. Sin olvidar al relacionado interno, que mantiene lazos estrechos hacia el interior de la compañía; o al superespecialista, que es una especie de megafriki en cuestiones muy concretas.
Parece claro que adoptar una pose o ponerse tras una pantalla implica cierta negatividad, pero también pueden advertirse algunos aspectos positivos:
El que va de 'ocupado' con su multitarea inútil
Decir que se está muy ocupado vende y justifica el puesto de ciertas personas en determinadas compañías. Sobre todo en aquellas organizaciones que favorecen el hecho de que jefes y empleados sean improductivos, porque permiten refugiarse en tareas rutinarias y fáciles que no aportan nada. Este presentismo estéril se relaciona con la productividad, y hasta se recompensa. Estar se valora más que hacer.
Guillem Recolons cree que el que va de agobiado "suele sobrevivir bien a situaciones de crisis, ya que no se cuenta con él para otras tareas, debido a su estado natural de estrés".
La multitarea anula en el profesional el hábito de pensar, de analizar y de tomar decisiones. Quienes se refugian en esa aparente actividad se empeñan en tareas como el envío de correos electrónicos o acudir a reuniones inútiles. Son adictos a los mensajes de su smartphone, sólo piensan en lo inmediato y no suelen tomar decisiones ni resuelven problemas.
El arrogante, que va de 'sobrado'
Ser demasiado bueno (o creérselo) no garantiza el puesto de trabajo. Ciertas empresas no dudan en prescindir incluso de sus prima donna, que son profesionales que tienden a requerir niveles de exposición muy altos, y también mucho protagonismo. Suprimir ciertos profesionales estrella supone una liberación. La convivencia con determinadas prima donna es un error para la organización, ya que su presencia resulta perjudicial para la gestión del equipo. Si la marca de la compañía está bien concebida y mantiene valores claros, no tiene por qué afectar que se vayan.
También hay que tener en cuenta que, bien gestionados, estos profesionales pueden aportan valor. Aunque el ego implica una connotación peyorativa, puede verse como algo positivo en lo que tiene que ver con la habilidad para detectar las propias capacidades y cómo impactan éstas.
Se puede concluir que la pose arrogante no conviene a largo plazo, porque nos aleja de la realidad y hace que nuestras decisiones sean cada vez más pobres y peores. Aunque seamos los mejores en alguna faceta, conviene evitar que eso vaya acompañado de endiosamiento, y que genere una realidad paralela en la que quedemos bloqueados.
Los que actúan como 'influencer' externos
Lo que decimos y mostramos en las redes puede pasarnos factura, y afecta a nuestra vida profesional dentro y fuera de la organización, y a las posibilidades de encontrar trabajo o a nuestra propia marca.
Hay que tener en cuenta que el verdadero influyente es coherente en el mundo online y en el offline, y tiene conexiones y relaciones de calidad y amplitud. Frente al que sólo es un bluff profesional, el influencer no confunde la visibilidad con la competencia.
Una investigación de la British Psychological Society, recogida recientemente en Harvard Business Review, define a una clase de profesional influyente como lynchpin: se trata de aquellos que alcanzan una posición central en una organización, que se sitúan en el núcleo fundamental y no en la periferia de la compañía: "Son profesionales críticos, difícilmente sustituibles, con recursos irremplazables y habilidades y capacidades críticas. Su trabajo es más significativo, y esto implica un compromiso más emocional y menos posibilidades de inseguridad laboral y agotamiento".
El de la pose 'buenista', conciliador en exceso
En ciertas organizaciones prospera un consenso excesivo en el que compañeros de trabajo y jefes muestran un sesgo demasiado pactista. Este entorno laboral buenista es un caldo de cultivo para la mediocridad, en el que tratan de sobresalir los conciliadores excesivos y buenistas, y los que siempre están contentos, aún sin motivo, y hacen gala de ello.
Estar en el epicentro de un entorno laboral buenista, con compañeros de felpa que rechazan la gestión del conflicto, resulta superficial e ineficaz.
No es necesario ni conveniente que todo el mundo se lleve bien dentro de una organización, porque eso implica crear grupos sin ningún tipo de estímulo que suelen resultar hipócritas. Pilar Jericó recuerda que "el exceso de buen rollo en el trabajo lleva a que baje el nivel de exigencia, y esto perjudica a aquellos profesionales de alto rendimiento, a los mejores, ya que un entorno buenista de café para todos genera siempre comparaciones negativas y agravios significativos".
Ovidio Peñalver introduce como contraste al que podría definirse como opositor realista, que va de crítico pero puede ser necesario siempre que sea constructivo. La empresa que permite conversaciones incómodas tiene una cultura más sana. Peñalver cree que "bien llevado, el conflicto resulta positivo, y la sinceridad suele estar por encima de las tensiones que se puedan dar".
El sincero, demasiado 'auténtico'
Si los arranques de sinceridad o las quejas no tienen nada que ver con la asertividad -la capacidad de sincerarse buscando la forma, la manera y el lugar adecuado- piense qué le conviene antes de hablar con demasiada franqueza a su jefe o compañeros y cómo y dónde puede decir lo que quiere. Evite el vómito tóxico y haga que la queja sea concreta, porque el objetivo es que algo cambie.
Recolons identifica al profesional que mantiene la pose de sincero y auténtico con el hecho de poner las cartas boca arriba. "Es el que prefiere decir una verdad dolorosa que omitirla para salvar una situación compleja. Influye en los demás, pero a menudo más negativamente de lo esperado, ya que delata cualquier situación anómala. Si tiene algo positivo, es que se gana con facilidad la confianza de sus superiores, convirtiéndose en confidente".
Los que van de 'diferentes' y sus extravagancias
Nunca saluda, viste de una forma original, es adicto a ciertas extravagancias y se cree especial. Guillem Recolons cree que el que va de diferente pero hace bien su trabajo y no molesta a nadie supone un perfil discreto, consciente de su rareza, aunque con algún aire de superioridad: "No se suele contar con él salvo en casos de necesidad, ya que no se sabe cuál será su respuesta. Lo llaman el friki, pero sus superiores saben que es alguien al que se le puede encomendar una tarea difícil".
Una investigación de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard sostiene que "ser un poco distinto puede beneficiar a la gente en algunas situaciones sociales y profesionales".
La realidad dicta que más que ser diferentes, importa conseguir que nos perciban como profesionales un poco mejor en algún aspecto de nuestra competencia. No vale sólo con generar expectativas con esas excentricidades. Hay que aportar verdadero valor. Quien va de diferente debe plantearse si la pantalla laboral que ha creado le hace mejor profesional y puede brindarle más oportunidades.
El gracioso que lo fía todo al sentido del humor
Como norma general, las gracias sin inteligencia y que no ayuden a conseguir resultados no sirven de nada. El gracioso que busca ser más visible y conseguir una posición dentro de la organización debe saber que esa estrategia no es sostenible en el tiempo.
Sin embargo, un estudio de la Harvard Business School y de la Wharton School de la Universidad de Pennsylvania, relaciona la capacidad para ser gracioso con factores como "el respeto, el poder, la admiración y la influencia que el contador de chistes tiene en el resto de sus compañeros. Siempre con un límite".
Guillem Recolons cree que "el que está a la última de los chistes, inunda el WhatsApp de sus colaboradores y compañeros, es amigo de todos y encaja en cualquier tarea, no es influyente pero sí colaborativo. En momentos de estrés transmite un soplo de aire fresco a la organización y ayuda a llevar mejor situaciones de tensión emocional. Tiene mejor relación con sus colegas de trabajo que con sus superiores, que lo ven algo superficial".
Tino Fernández
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