Con políticas de Estado, la innovación
podría ser un sello de identidad del país.
Fue en 1986 la última vez que la Argentina salió campeona del mundo. A más de 30 años nos cuesta asumir que ya no somos una potencia futbolística. Quizás algo parecido pase en el universo emprendedor tecnológico. Nunca fuimos líderes globales, pero sí supimos ser pioneros en la región. Con nuestros cuatro grandes (Mercado Libre, Despegar, OLX y Globant) como referentes, y con casos excepcionales como el de Patagon en el inicio de Internet, la Argentina fue vanguardia en la región.
Coursera, líder en educación universitaria online, nos pondera como el país con mejores recursos humanos en tecnología, en especial en ingeniería de software. Sin embargo, en 2018 ocupamos el cuarto lugar en el continente, según Lavca (Asociación de Inversión de Capitales Privados en América Latina), como destino de inversiones en emprendimientos de matriz tecnológica, detrás de Brasil, México y Chile.
Contamos con equipos y emprendedores de primer nivel y un ecosistema que se va completando. ¿Por qué no hacer de esta industria un puntal del crecimiento? ¿Por qué no trazar una política de Estado?
La prosperidad económica y social se logra, entre otros aspectos, motivando la aparición y el desarrollo de emprendimientos e innovaciones que creen mercados. Así sugiere el libro La paradoja de la prosperidad, de Clayton Christensen.
Gracias al tándem que conformaron la Secretaría de Emprendedores y de la Pyme, y el Banco Central, hubo pasos adelante: la ley de emprendedores, los fondos de aceleración y de expansión, la desregulación del sistema financiero para introducir un ápice innovador, la ley del conocimiento.
Para consolidar esos movimientos en favor del emprendedorismo hace falta una política de Estado. Sirve repasar qué hicieron países como Israel, Reino Unido, EE.UU. y tomar lo más aplicable y útil:
1) En educación, potenciar la formación de perfiles en las STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas).
2) Creación de centros de transferencia: mejores interfaces en los centros de investigación y universidades que patenten y den licencias, o colaboren en crear compañías. Conectar a la academia con la industria, el sector público y el sector privado.
3) Posicionamiento internacional: promover el talento e invitar al país a las grandes firmas tecnológicas, para que instalen operaciones y/o centros de desarrollo.
4) Observatorio o Fondo Tecnológico: la Argentina debería conocer y aprender desde adentro proyectos como el de Beyond Meat, por citar un ejemplo.
5) Promover industrias del futuro: inversión público-privada en proyectos de inteligencia artificial, biogenética, robótica.
Si nos animamos a soñar un país desde sus capacidades y recursos, con máxima ambición, tal vez podríamos hacer de la innovación, la tecnología y el emprendedorismo un sello de identidad.
Pablo Capurro
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