Muy pocos dudan ya que la agilidad sea una necesidad. Sin embargo no todos se atreven a convertirla en una realidad en sus empresas.
La razón que suele haber detrás de estas reticencias no es otra que el miedo al cambio, aunque pocos lo reconocerán. Siempre es preferible achacarlo a otros factores antes que reconocer nuestra resistencia a evolucionar. Y una de las excusas preferidas que se suelen esgrimir es que el aumento de velocidad puede degenerar en una pérdida del control, y por tanto una peligrosa tendencia al caos.
Nada más lejos de la realidad. Cuánto más conozco el mundo ágil con más seguridad puedo afirmar que si de algo peca en exceso es precisamente de control.
A mí antes esto de la agilidad también me parecía caótico. Mi parte lógica veía con más sentido las modelos de organización jerárquica, con todas sus cositas perfectamente estructuradas, o me daban tranquilidad esos proyectos con una planificación exhaustiva que cubriera todos los posibles escenarios. Ya no.
Claro que poder tener todo controlado desde el principio sería estupendo, pero por mucho tiempo que hayamos invertido en la planificación será la realidad la que nos coloque en nuestro verdadero sitio.
No suelo ser radical, y supongo que estas estructuras y procesos “de toda la vida” siguen teniendo sentido en aquellos escenarios dónde la incertidumbre es muy baja o donde la velocidad de implementación es un factor que carece de importancia. Por soñar, sería bonito que nuestras administraciones públicas funcionaran de una manera más ágil, pero desgraciadamente la velocidad no es algo que les penalice porque no compiten contra nadie en el mercado. Desde un punto de vista de empresa su anquilosamiento podría estar hasta justificado, aunque maldita la gracia que hace a los usuarios (y a veces incluso empleados) que lo sufren (sufrimos).
El resto de empresas sí están sometidas a un mercado cada vez más cambiante e impredecible, donde ni siquiera se conoce a la competencia, porque la competencia puede surgir en cualquier momento de una startup valiente, con buenas ideas y con capacidad de sacar un nuevo producto que cambie el terreno de juego en cuestión de meses. Lo de “los últimos serán los primeros” ya solo tiene validez en el reino de los cielos.
La volatilidad, ambigüedad y la complejidad del mercado actual nos hace tener que gestionar un nivel tan grande de incertidumbre que carece de sentido tratar de controlarlo todo desde un principio, gana sentido irlo reduciendo poco a poco, paso a paso, iteración a iteración… dando prioridad a la agilidad por encima de la planificación.
En estos escenarios de alta volatilidad es más práctica la capacidad de adaptarse al cambio que la, utópica y sobrenatural, facultad de predecirlo.
Eso propone la agilidad. No dejar de avanzar, paso a paso, frente a invertir demasiado tiempo tratando de anticipar lo que el futuro nos deparará. Elegir el riesgo de un error del que podemos aprender frente al de la parálisis por análisis.
Es este nivel de tolerancia a la presencia de errores, sumado a la propuesta de aumentar velocidad lo que puede hacer suponer desde fuera (sí, a mí también me pasó) que la agilidad puede desembocar en el caos.
Sin embargo contar con los errores desde el principio, hacer que formen parte del proceso, es precisamente lo que nos previene del caos.
Las metodologías ágiles están dotadas de eventos y artefactos (esta última palabra no me gusta en castellano) para gestionar los errores, para tomar la temperatura a los proyectos literalmente a diario, el control está presente en cualquiera de sus procesos. En mi opinión incluso casi en exceso, porque los puristas de la agilidad no renuncian a ninguna de estas acciones y herramientas de seguimiento. En la iteración y la continua interacción entre los roles involucrados dice estar su secreto. La heterodoxia o la falta de disciplina en el seguimiento de estos eventos están mal vistas, supongo que en parte por total confianza en el marco de trabajo que han diseñado, y también en parte para contrarrestar esa mirada exterior crítica (normalmente defensiva) que vincula la agilidad al caos.
Yo creo que al principio siempre es recomendable seguir las normas establecidas, pero una vez se ha interiorizado el conocimiento, me parece razonable, haciendo uso de la propia naturaleza del movimiento ágil, promover cierta adaptación al cambio. No creo en panaceas, en métodos únicos que sirvan para mejorar todo, creo, es el ritmo que marcan los tiempos actuales, en el necesario barniz de personalización para cada caso.
Una vez resuelta la falsa dicotomía original del post: agilidad vs caos, la una no implica a la otra. Dejo abierta para una próxima ocasión, cuando además de opinión tenga más experiencia, este nuevo debate sobre la necesidad o no de hacer evolucionar los marcos de trabajo de la agilidad. Unos marcos que nacieron en los entornos de desarrollo del software y que ahora al extenderse a otras muchas áreas es cuando serán realmente puestos a prueba.
balance by Fiona OM from the Noun Project
Jesús Garzás
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