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domingo, 18 de agosto de 2019

Atrapados en una jaula de oro, la feroz trampa que sí tiene escapatoria

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Claudia es Directora de Marketing de una reconocida empresa multinacional, donde ingresó como joven profesional al recibirse de ingeniera en la universidad pública. Ocupa una posición de privilegio, está felizmente casada y es madre ejemplar. A medida que fue creciendo laboralmente sus ingresos fueron incrementándose, al igual que su estilo de vida y los gastos correspondientes. Sus hijos van a una escuela bilingüe, vive en un barrio privado y tiene ayuda externa para las tareas hogareñas.

Dispone de poco tiempo para dedicarse a pensar en su trayectoria profesional; siempre tiene un tema para ocuparse, ya sea de trabajo o familiar. Sin embargo, mientras viajaba a la reunión de presentación del plan de negocios a la casa matriz, percibió que su actividad ya no le generaba la misma pasión, que sus responsabilidades eran tan grandes que solo tenía tiempo para focalizarse en las mismas. Era tiempo de cambiar. A su regreso empezó a buscar opciones y allí tomó conciencia de que ella estaba contribuyendo con el 75% del presupuesto de su casa y que prácticamente no había otras alternativas en el mercado que pudieran al menos igualarle su salario actual. Debía resignar ingresos y no estaba dispuesta a hacerlo. Decidió permanecer, pero con una extraña sensación de sentirse apresada, en la "jaula de oro".

Cada vez más son los casos como el de Claudia: consultores que están aburridos de estar hace más de 20 años arriba de un avión, profesionales que preferirían no ser trasladados el exterior, experimentados directores de organismos públicos que elegirían el sector privado, ejecutivos que están en organizaciones que pierden vigencia, hijos que siguen trabajando en la empresa sólo por la compensación que reciben, directivos que acompañan a los fundadores del emprendimiento desde el principio y hoy sienten que deberían estar en otro lugar, el mago de las finanzas que ya no quiere ni siquiera mirar la pantalla con las cotizaciones; médicos, abogados o arquitectos que cobran mucho por su renombre y sin embargo preferirían dedicarse a otros proyectos... La lista puede completarse en múltiples ámbitos y con innumerables casos.

La jaula de oro es una metáfora que se utiliza para describir la situación de aquellos que están atrapados por una situación teóricamente de abundancia o confort material, pero que termina convirtiéndose en un contexto de reclusión emocional. Es superficialmente atractiva; sin embargo, en la profundidad termina siendo muy limitativa. Aquello que potencialmente es liberador termina convirtiéndose en la propia prisión. Hay gratificación económica, pero se pierde libertad. Es la ilusión de tener todo, pero en realidad falta mucho. Es el pájaro que no quiere salir de su jaula, porque es de oro... pero no deja de ser una celda...

La paradoja que se produce es que, si queréis cambiar, aparentemente todo lo demás es insuficiente, por lo que te quedas en el mismo lugar, a pesar tuyo. 

Es la sensación de que cuando mejor, peor; y el círculo vicioso que no acaba nunca. Lo que podría brindar mayor autonomía, genera más dependencia, aprisiona. Cada vez nos acomodamos más en el calabozo.

Desde ya, podemos afirmar que -por el nivel de ingresos- muchos se sienten en jaulas de plata, otros de bronce y otros de lata?

¿Cómo abordar saludablemente esta situación? Desde la prevención: tratando de pensar siempre con sana humildad, sosteniendo un nivel de gastos inferior a lo que recibimos y planificando hipotéticos escenarios por reducción imprevista de ingresos.

Y si ya estamos en presencia del fenómeno: tomar conciencia, conectarnos con nuestro deseo y propósito más profundo, pensar con sentido y en perspectiva, tomar distancia y buscar opciones sustentables basadas en nuestros valores, adoptando una actitud significativa, madura y honesta. Porque, tal como afirmó Viktor Frankl, fundador de la logoterapia, nuestra más grande libertad es la libertad de escoger nuestra actitud.

Alejandro Melamed. 
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