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miércoles, 7 de octubre de 2020

LA VOCACIÓN EUROPEISTA DE ESPAÑA

 

“Nuestro futuro está en Europa” Esta afirmación prácticamente indiscutible salvo para algún grupo minoritario de entonces, fue un largo proceso de la reciente historia de España, en la que paso a paso se fue imponiendo el convencimiento de que cualquier otra alternativa no tenía ninguna viabilidad real.

En este planteamiento, y en otros similares, hubo mucho de sentimentalismo e ideología política. Quienes defendieron aquellas posiciones, lo que realmente hicieron fue atacar el acercamiento a Europa, señalando todos los males que esta orientación podía a acarrear a España y a su economía. Pero fueron pocos, y afortunadamente, muchos fueron los que defendimos esta nueva situación que desemboco inexorablemente en nuestra definitiva anexión a Europa, que ha marcado desde entonces nuestro futuro que no ha sido otro que Europa.

Pero sería injusto considerar que aquel era el enfoque de la mayoría de los españoles. Esta realidad historia quedó prácticamente encauzada cuando el Gobierno español solicita, el 9 de febrero de 1961, el inicio de negociaciones con la CEE, con la que se iniciaba una larga travesía de casi 25 años hasta que logra el acuerdo de integración en Europa.

Los impedimentos políticos desaparecieron con la instauración de la democracia en España, acorde con el sistema político de todos los países comunitarios y con la filosofía de la unidad europea desde sus inicios comunitarios. Una vez resuelta estas discrepancias de fondo, fue entonces cuando pasan a jugar un papel importante los aspectos económicos o, en otros términos, si la economía española estaba objetivamente preparada para sumir los riesgos de la integración y si, por tanto, la incorporación a la CEE iba a significar más costes que beneficios o a la inversa.

El reto estaba si España quería modernizarse y dejar de ser una nación subdesarrollada, en el contexto europeo. Después de todo este proceso de integración, el balance fue positivo.

Más importantes que los efectos económicos son, en mi opinión, una importante consecuencia: y es que los españoles hemos cambiado, desde entonces, nuestras actitudes y perspectivas, sin perder por ello lo consustancial e idiosincrasia de nuestra manera de ser. Hemos dejado de vernos en nuestro propio ombligo y todas nuestras decisiones se orientaron cada vez más al papel que empezamos a jugar como miembro de una de las mas grande zonas de mayor desarrollo económico del mundo.

Afortunadamente, España ya forma parte de ese núcleo de países que constituyen el motor en la construcción de una nueva Europa. Es decir, somo un miembro de pleno derecho del club, lo que nos permite intervenir activamente en el proceso que hoy afecta, directa o indirectamente, a todas las naciones.

R. Martínez Cortiña

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