A principios del pasado siglo XX se desarrolló una actitud científica para resolver los problemas de la gestión empresarial. Con anterioridad los directivos pensaban que la experiencia histórica era suficiente para administrar y ampliar los negocios. Pero fue Taylor, un ingeniero norteamericano muy experimentado al que se le considera padre de la gestión científica, quien empezó a demostrar que la complejidad de los negocios, sobre todo empresas fabriles, precisaban niveles más altos de habilidad y exploración científica para poder utilizar de la forma mas eficaz los recursos disponibles y obtenibles de las empresas.
Un ejemplo muy significativo de empresa orientada a la producción y venta es la del empresario norteamericano Henry Ford que en pocos años desarrolló un sistema de fabricación en serie, con mano de obra especializada, hasta tal punto, que los operarios se sentían parte de la maquinaria.
El automóvil que produjo, el modelo T-Ford, alcanzó fama mundial como medio eficaz y barato de transporte, ampliando el mercado potencial de compradores y/o usuarios de automóviles en su época.
Pero éste método de fabricación y comercialización ofrecía pocas alternativas, por otro lado innecesaria en aquellos tiempos, ya que no existía competencia en el mercado para esta firma, incluso se decía que el consumidor podría adquirir un auto de cualquier color con tal que fuera de color negro.
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