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domingo, 22 de octubre de 2017

Cómo entrenar el cerebro para sufrir menos estrés

                   

Ejercicios mentales como la meditación provocan cambios cognitivos y en la organización del cerebro.
                        
Los entrenamientos que fomentan la empatía y la capacidad de ponerse en la piel del prójimo reducen la respuesta del cuerpo al estrés social (gpointstudio / Getty).

Realizar ciertos entrenamientos mentales durante media hora al día puede moldear el comportamiento y el cerebro de forma específica según las capacidades que se ejerciten, según concluye una investigación liderada por el Instituto Max Planck para las Ciencias Cognitivas Humanas y del Cerebro de Leipzig (Alemania).

Tal y como publica hoy la revista Science Advances, los entrenamientos que fomentan la empatía y la capacidad de ponerse en la piel del prójimo reducen la respuesta del cuerpo al estrés social, algo que no logran las prácticas de meditación empleadas en las terapias de conciencia plena –o mindfulness, en inglés–.  Estas últimas, no obstante, sí que reducen la percepción subjetiva del estrés, y por otra parte aumentan la capacidad de concentración. En todos los casos, los científicos observaron que cada tipo de entrenamiento induce cambios estructurales en las áreas del cerebro correspondientes a las habilidades ejercitadas, según publican en otro artículo sobre la misma investigación.

Los ejercicios de meditación reducen la percepción subjetiva del estrés,
pero no los marcadores de esta respuesta del cuerpo

En la investigación participaron 313 voluntarios –sin experiencia previa en esta clase de intervenciones– que siguieron un programa de entrenamiento de nueve meses, dividido en tres módulos de tres meses cada uno. Cada módulo consistía en un tipo de ejercicios utilizados para paliar el estrés, cuya eficacia no había sido probada con tanto rigor hasta este estudio

En uno de los módulos, los voluntarios practicaron técnicas de meditación, como concentrarse en su respiración, en las sensaciones de cada una de las partes de su cuerpo, o en estímulos auditivos.

Las otras dos partes del entrenamiento requerían la interacción de dos participantes, desconocidos entre sí, que debían compartir experiencias personales durante diez minutos día tras día, además de realizar otras tareas. El segundo módulo tenía por objetivo aumentar la compasión; en él, una de las personas debía hablar mientras la otra escuchaba atentamente y en silencio, para luego intercambiarse los papeles.

Entrenar para entender los sentimientos y los pensamientos de otras personas induce cambios en redes cerebrales dedicadas a las habilidades sociales (Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences).

En el último módulo, uno de los voluntarios debía expresarse como si interpretase partes ficticias de su personalidad –un niño curioso, un juez interior, o una madre sobreprotectora, por ejemplo–, y su compañero debía adivinar de qué personalidad se trataba. La finalidad de este ejercicio es aumentar la habilidad para ver las situaciones desde distintos puntos de vista y entender mejor las mentes de otras personas.

A continuación, los investigadores analizaron cómo había cambiado el cerebro de los participantes tras el entrenamiento, y observaron que cada módulo produjo cambios en áreas distintas.

Además, los voluntarios se sometieron a un test para medir su respuesta al estrés social antes y después de cada módulo. La prueba consistía en realizar una presentación oral ante dos evaluadores y una cámara de vídeo, seguida de una serie de operaciones matemáticas complejas. Los científicos pidieron a los participantes que evaluasen cuán estresados se habían sentido, y también analizaron varios marcadores, como el cortisol, una hormona relacionada con el estrés.

Una participante en el estudio se somete al test de estrés (Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences).

Los resultados revelaron que todos los tipos de entrenamiento hacían que los individuos se percibieran menos estresados durante la prueba. Sin embargo, sólo el segundo y el tercer módulo, que implicaban el desarrollo de capacidades de interacción con otras personas, disminuyeron los niveles de cortisol.

“El compartir diariamente información personal con un desconocido, unido a la experiencia de escuchar empáticamente y sin juzgar, habría ‘inmunizado’ a los participantes frente al miedo a ser avergonzados y juzgados por otros, un desencadenante típico del estrés social”, declara Veronika Engert, primera autora de uno de los artículos, en un comunicado difundido por el Instituto Max Planck para las Ciencias Cognitivas Humanas y del Cerebro.

“Nuestros resultados proporcionan pruebas impresionantes de plasticidad cerebral en adultos a través de prácticas mentales breves cada día, que llevan a una mejora de la inteligencia social”, afirma en el mismo comunicado Tania Singer, directora de la investigación. “Ya que la empatía, la compasión y la capacidad de tomar perspectiva son competencias cruciales para las interacciones sociales, la resolución de conflictos y la cooperación, este hallazgo es altamente relevante para nuestros sistemas educativos, así como para la aplicación clínica”, añade.

“Este hallazgo es altamente relevante para nuestros sistemas educativos, 
así como para la aplicación clínica”

Tania Singer. Directora de la investigación
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