a relajarse y relajar a quien habla.
Tal como dice un video reciente que publica en Youtube una organización llamada “The school of life” ("La escuela de la vida") -que difunde temas de inteligencia emocional en todo el mundo-: no sabemos escuchar. No nos han enseñado a escuchar. No aprendimos a interesarnos genuinamente en lo que el otro dice (al menos, formalmente) ni fuimos escuchados con atención plena en nuestra vida. Existe, además, una inusual importancia concedida al hablar, a la retórica (que tanto ya exaltaban los antiguos filósofos griegos), lo que hace que muy rápidamente la amistad devenga en “egoísmo socializado”.
Cuando escuché esta expresión me impactó: no somos realmente amigos, sino “amigos egoístas recíprocamente asumidos como tales”. Toleramos que mientras estamos hablando el otro nos pregunte una y mil veces, conecte lo que decimos con sus propias experiencias personales y hasta interrumpa el final de nuestra historia, el remate, brindándonos una cálida y bienintencionada sugerencia. Con amigos así…
El problema
Quizás todo empieza en una distorsión socialmente conceptualizada: la escucha contemplativa y silenciosa equivale a apatía, a falta de interés. La escucha empática supone la activación inmediata y colaborativa del interlocutor. Idealmente, el consejo y la ayuda.
Gran error. El mejor regalo que podemos hacerle a quien nos habla es mirarlo a los ojos, acompañarlo con atención y amabilidad genuinas intentando comprender, profundamente, su pensar y sentir. No interrumpirlo y brindarle decenas de nuestras asociaciones concatenadas. Ese es mi primer consejo.
Otro problema, pero en este caso relacionado a la ignorancia: la mente espaciosa, calma, receptiva, percibe y acoge mucho mejor al otro que la mente excitada, ansiosa, distraída. Es decir, ¡el estado interno de quien hace de receptor es clave! Este es el tema de la actitud. Allí el Mindfulness tiene mucho que decirnos. Como frase de cabecera de esta disciplina podríamos poner la siguiente: “Comunicarnos es el acto de encontrarnos con el otro, no de manipularlo, evitarlo o competir con él”. Mi segundo consejo: practicá alguna disciplina como el Mindfulness que te ayude a desarrollar una mente atenta y empática.
Un tercer tema es el arte de escuchar: no es solo estar silencioso, sino también contenedor, dispuesto a hacer lugar a lo que escuchamos, por más que no nos sea agradable en algunos casos. Eventualmente, utilizar los gestos corporales y las preguntas o comentarios con exquisito arte y sensibilidad, ayudando a nuestro interlocutor a “modelar”, de acuerdo a su experiencia, su actual sentir, su vivencia. Mi tercer consejo entonces: aprende a auto observarte, a limitar tu ansiedad en la charla del otro, a relajarte y relajar a quien te habla. Abrazalo en tu receptividad.
Entrenar la mente, comenzando por nuestros niños
Si no existe una adecuada educación de nuestra comunicación, especialmente en etapas tempranas de la niñez; si los pequeños no son escuchados atenta y amorosamente (cuando hacemos esto facilitamos al otro la “construcción” de su semántica, la transformación del sentir bruto y sin elaboración que experimenta en símbolos); si no existe un sistema familiar y social que priorice el encuentro, la palabra llena de sentido; si no entendemos que la mente debe ser entrenada en esta actitud receptiva y comprensiva más que en una actitud proactiva/apabullante en lo discursivo, estaremos complicados.
Una persona que se conecta consigo mismo, que se encuentra con el otro, que expresa sus necesidades y camina en la consecución de sus valores, seguramente será ese receptor plenamente atento que tanto necesitamos en un mundo plagado de ruidos y espejitos de colores.
Martín Reynoso, es psicólogo y coordinador de Mindfulness en INECO.
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