Todavía con un patrón de maestros al frente y chicos oyentes, los expertos urgen a que se produzca una transformación total en las aulas,
Crónica de una muerte anunciada. Este parece ser el destino de la escuela tradicional de hoy, donde prima la instrucción del docente por sobre los aprendizajes de sus alumnos, con un sistema uniformado y masivo de enseñanza, un horario estipulado de 8 a 17 digno de operarios de fábrica de la época industrial. Lo que en pleno siglo XXI carece de total sentido.
Vivimos inmersos en un tsunami tecnológico que hace que cada año y medio aproximadamente se duplique el número de transistores por microprocesador. El crecimiento es exponencial. Para llegar a una audiencia de 50 millones de personas a la radio le llevó 38 años, a la televisión 13, a Internet 4 y a Facebook solo 2.
El estilo de vida del futuro es incierto. Se espera que entre los 18 y 42 años un individuo tenga 11 empleos diferentes. Posiblemente 22 en toda su vida. Pero lo que no admite dudas es que este será cada vez más digital y automatizado. Por ello serán cada vez más requeridas las habilidades no rutinarias (el desarrollo de complejos procesos mentales) que involucren relaciones interpersonales complejas (trabajos en consultoría analítica, programadores en robótica, ingenieros especializados en el desarrollo de procesos, gerentes de redes sociales). Al tiempo que tenderán a desaparecer los empleos rutinarios (manuales sobre todo) que pueden ser fácilmente reemplazados por robots, drones y máquinas inteligentes y que, además, puedan ser contratados afuera.
Obsoleta, atrasada tecnológicamente, rígida, encerrada en sí misma, y poco permeable a la era de la inteligencia artificial con sociedades hiperconectadas, inciertas, vulnerables, volátiles y complejas urge repensar y rediseñar lo que ocurre cada día dentro de las aulas. Y no resistirse al debate. Porque de lo contrario, el destino será el fracaso. O la extinción.
Una reciente encuesta de la consultora Mc Kinsey demostró que existe una desconexión absoluta entre la percepción positiva que tienen los proveedores de la educación (75% de los maestros se encuentran satisfechos con su trabajo), y la gran insatisfacción que perciben los jóvenes y corroboran sus empleadores (34% insatisfechos con lo que reciben en la escuela). Urge cambiar y eficientizar el trabajo de alumnos y docentes.
Inmersos en una realidad por demás cambiante, no resulta fácil definir exactamente qué deben aprender los chicos hoy, ya que quienes ingresaron a 1er. grado en 2018, cuando egresen en 2030, seguramente trabajarán en empresas que hoy ni siquiera existen. Pero los especialistas se animan a ofrecer pautas de lo que deberían estar analizando, incorporando, repensando, aplicando y elaborando en cuanto a conocimientos y aptitudes cognitivas y de carácter, imprescindibles para trabajar y vivir en el siglo XXI.
El ingeniero norteamericano Charles Fadel, director del Centro de Rediseño Curricular y reconocido pensador de la educación global (consultor en las mejoras jurisdicciones educativas del planeta), se pregunta qué competencias son relevantes hoy. Por ejemplo, no la geometría heredada de los griegos, que resulta inútil. Y a ese núcleo de materias tradicionales y sus principios fundamentales complementarlas con contenido contemporáneo. ¿Cuál? Aquel vinculado con la ciencia, la investigación, la ingeniería, la tecnología, la matemática y las finanzas, disciplinas que ayuden a resolver problemas y desafíos actuales como son la degradación del medio ambiente, el cambio climático, la extinción de recursos básicos; la urbanización creciente, los problemas vinculados a la superpoblación y el consumo, y el creciente envejecimiento de la población.
Habilidades para el siglo XXI
Para ello considera clave ayudar a los jóvenes a desarrollar tres tipos de habilidades básicas. Las primeras: aquellas relacionadas con la innovación y la capacidad continua de seguir aprendiendo (el pensamiento crítico, el aprendizaje basado en la interrogación y el planteo de hipótesis, la resolución de problemas, la comunicación, el trabajo en equipo y la creatividad). "Aprendemos creando, aplicando, recordando, entendiendo, analizando y evaluando en una secuencia que no sigue el mismo orden cada vez", señala.
¿Las segundas? El alfabetismo digital para lidiar con un estilo de vida que ya es absolutamente tecnológico e interactivo, veloz y de consumo personalizado. "Una escuela rezagada tecnológicamente no prepara chicos calificados para los empleos del siglo XXI", afirma.
Para ello, los jóvenes deben contar con habilidades tecnológicas innovadoras como para plantear preguntas y soluciones a problemas acuciantes de la actualidad. No desconectados de ella.
En su libro Habilidades para el siglo 21, cuenta el caso de un proyecto poderoso que alumnos de 6° grado desarrollaron en 2003 para encontrar soluciones al problema acuciante del virus SARS. Un equipo internacional de seis chicos (de Malasia, Singapur, Egipto, EE.UU y mellizos de Holanda) se unieron para crear un atractivo website sobre la enfermedad. Investigaron, entrevistaron a los especialistas más reconocidos del mundo, escribieron los textos, armaron los videos, subieron fotos y animaciones y se ocuparon de la programación de interfaces (navegación, juegos interactivos y pruebas). Los seis alumnos debieron planificar además cómo organizarse para concretar el trabajo ya que manejaban husos horarios diferentes al vivir en diversos continentes. El website resultó de gran impacto, originalidad e interés y ganó un reconocido premio internacional. Hoy sigue vigente y actualizado.
Por último, Fadel menciona las aptitudes de carácter necesarias para el largo plazo: la metacognición (la capacidad de reflexionar sobre el propio trabajo y sus errores con el fin de aprender), la flexibilidad, la adaptación al cambio; la iniciativa, la curiosidad, el liderazgo personal y ético, y la capacidad de trabajar en equipos interdisciplinarios y multiculturales. "Los alumnos que egresarán de aquí a 12 años probablemente trabajarán de manera independiente en proyectos creados en la Argentina, manufacturados en China, ensamblados en Europa y vendidos en cadenas globales de todo el planeta", especifica. Para que todo esto sea posible cree que hay que balancear la teoría con la práctica. Entender cómo se construye mentalmente el conocimiento relevante y aplicarlo en la realidad. Para que se comprenda lo aprendido, el conocimiento debe ser aplicado (designed and applied knowledge).
"Hay que salir de las aulas y encontrar auténticos contextos de aprendizaje y aprender creando, diseñando, aplicando e inventando. Buscando soluciones a problemas cercanos a los alumnos. Los jóvenes además deben poder conectarse emocionalmente con lo que están aprendiendo", señala.
Fadel cuenta el caso de un alumno de 11 años que, a raíz de un accidente automovilístico que sufrió en una esquina de su barrio, decidió junto con un grupo de compañeros diseñar la creación de un semáforo en la intersección de calles (filmaron la circulación de autos durante diferentes momentos del día, y diseñaron la señal de tránsito con los minutos precisos de stop y avance de acuerdo con el tráfico). Presentaron su proyecto al intendente de su jurisdicción, quien aprobó la creación de la luz.
"La creatividad no tiene límites", agrega el especialista. Y las vías y los estilos de aprendizaje son innumerables. Por eso hace hincapié en personalizar lo más posible las prácticas educativas. Y que estas se enfoquen en el aprendizaje y no en la instrucción.
Su lema reza: Enseña menos; aprende más. Un simple cambio de palabras; una revolución en los conceptos.
Agustina Lanusse
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