John Trerney y Roy F. Baumeister en “The Power of Bad. And how to overcome it” analizan el poder de la negatividad ya que estamos programados para reaccionar con más fuerza ante los sucesos malos que ante los buenos y plantean estrategias para superar esta tendencia.
Nuestras mentes y, por tanto, nuestras vidas como están comprobando, actualmente, los científicos están condicionadas por un desequilibrio evidente: lo malo es más fuerte que lo bueno.
Este poder de lo malo se recoge con varios nombres en la literatura académica sobre el tema: el sesgo de la negatividad, la dominancia de lo negativo o el efecto de la negatividad. Sea cual sea el nombre que se emplea se refiere a la tendencia universal a que los hechos y emociones negativas nos afecten con más fuerza que las positivas. Por ejemplo, nos sentimos devastados por una palabra de crítica pero no nos afecta una cascada de halagos o nos fijamos en una cara hostil en la multitud y nos perdemos todas las sonrisas amistosas.
Reconociendo el efecto de la negatividad y anulando nuestras respuestas innatas podemos romper los patrones destructivos, pensar con mayor eficacia sobre el futuro y explotar los beneficios evidentes de este sesgo. La mala suerte, las malas noticias y los malos sentimientos generan poderosos incentivos para hacernos más fuertes, inteligentes y amables. Lo malo puede tornarse en bueno pero solo si nuestra mente racional es capaz de captar su impacto irracional.
El efecto de la negatividad responde a un principio simple pero que puede tener consecuencias no tan simples. Cuando no somos conscientes de cómo lo malo nubla nuestro juicio podemos tomar decisiones terribles. Puede destruir reputaciones, hundir organizaciones, promover el tribalismo y la xenofobia, etc.
El mal tiene un poder universal pero no es invencible. Nos sentimos más influenciados por este efecto de la negatividad en nuestra juventud cuando más tenemos que aprender de los errores y de las críticas. Al madurar nuestra necesidad de aprendizaje va disminuyendo mientras nuestra perspectiva aumenta. Las personas mayores se suelen sentir más satisfechas que las jóvenes porque sus juicios y emociones no están tan condicionadas por sus problemas y contratiempos. Neutralizan el poder de lo malo apreciando los placeres que la vida les brinda diariamente y recordando los buenos momentos en lugar de recrearse en pasadas miserias. Sus vidas puede parecer que no son mejores, al menos en relación con estándares objetivos pero suelen sentirse mejor y tomar decisiones más acertadas porque pueden permitirse el ignorar las oportunidades de aprendizaje desagradables y centrarse en aquello que les ocasiona bienestar y alegría.
El efecto de la negatividad es un aspecto fundamental de la psicología pero ha sido descubierto recientemente y de forma bastante inesperada. Las investigaciones de Roy Baumeister comenzaron porque en la década de los 90 del pasado siglo se sintió intrigado ante un par de patrones presentes en los eventos buenos y malos. Los psicólogos que estudiaban las reacciones de las personas habían encontrado que una mal primera impresión tiene mucho más impacto que una buena, y que, por ejemplo, una pérdida financiera se recuerda durante más tiempo que una ganancia. Para analizar este hecho Baumeister y sus colaboradores comenzaron a intentar identificar patrones contrarios que les permitiesen desarrollar una teoría sobre cuándo el mal es más fuerte y cuándo lo es el bien.
Pero a pesar de revisar todas las investigaciones sobre el tema desde el punto de vista psicológico, económico, sociológico, antropológico y de otras disciplinas no encontraron ejemplos consistentes que demostrasen la mayor fortaleza del bien. Los estudios mostraban, por ejemplo que la mala salud o la mala educación por parte de los padres tienen más influencia que la buena salud o la buena educación. El impacto de los eventos negativos dura más que el de los positivos. Por ejemplo una imagen negativa (como la fotografía de un animal muerto) estimula mayor actividad eléctrica cerebral que una positiva (como un helado). El dolor que provocan las críticas es mucho mayor que el placer que producen las alabanzas.
Este efecto de la negatividad es adaptativo para mejorar las posibilidades de supervivencia de un individuo o grupo. Nuestros antepasados que lograban sobrevivir en la sabana eran aquellos que prestaban más atención a las plantas venenosas que a saborear las que podían ser deliciosas y a los depredadores en lugar de disfrutar de la visión de las gacelas. Reconocer la amabilidad de un amigo no era cuestión de vida o muerte pero ignorar la animosidad de un enemigo podía resultar fatal.
Un pequeño error todavía puede ser letal, un enemigo puede hacernos la vida imposible y una pérdida puede borrar muchas ganancias previas. El prestar atención a las amenazas sigue teniendo un sentido en este momento de la evolución. Pero nuestra fina capacidad de detectar lo negativo puede debilitarnos, por lo que debemos aprender a superar el efecto desproporcionado que tiene lo que consideramos malo.
Este efecto como hemos visto nos lleva a prestar especial atención a las amenazas externas y de esta forma las incrementamos pero nos puede ocasionar un prejuicio diferente si miramos hacia dentro de nosotros mismos. Normalmente exageramos nuestras virtudes y nuestra capacidad para autoengañarnos puede llegar a ser asombrosa. Tendemos, pues, a sobrestimar nuestras habilidades así como nuestro poder para controlar nuestro destino. Éste sesgo hacia el optimismo hace que subestimemos los riesgos de determinado tipo de efectos negativos en nuestras vidas.
Un concepto que se utiliza para ver cómo se puede minimizar el efecto de la negatividad es el de “ratio de positividad” que consiste en registrar el número de eventos positivos por cada negativo. Uno de los investigadores pioneros de este ratio es Robert Schwartz, psicólogo clínico, que se planteó hasta qué punto estaban ayudando él y sus compañeros a sus pacientes con sus terapias. Buscaba una medida más precisa que la de “el paciente se siente menos deprimido tras el tratamiento”. Durante varias décadas comenzando en la de los 80 del siglo pasado comparó el número de sentimientos positivos y negativos que manifestaban tener las personas sometidas a psicoterapia. Encontró que las personas que se sentían muy deprimidas tendían a experimentar el doble de sentimientos negativos que positivos y que este ratio podía mejorar mediante charlas y antidepresivos.
En el otro extremo se encontraban las personas que refieren que el 90% de sus sentimientos son positivos que por tanto se mostraban peligrosamente poco realistas y con propensión hacia el egocentrismo, actitudes maníacas y de negación. La vida no puede ser siempre feliz y las personas sanas muestran algunas reacciones ante lo negativo, pero no demasiadas. Schwartz como conclusión de su estudio plantea que las personas que experimentan el mismo número de sentimientos positivos que negativos son ligeramente disfuncionales, mientras que las “normales” serían aquellas con 2,5 sentimientos positivos por 1 negativo y los pacientes que lograban el “funcionamiento óptimo” tendrían 4 sentimientos positivos por uno negativo.
Barbara Fredrickson ha realizado numerosas investigaciones para la medida del bienestar emocional. Por ejemplo, tras realizar tests diagnósticos a los estudiantes de en la Universidad de Michigan los clasificó en dos categorías: los que florecían y los que languidecían. Los primeros mostraban un fuerte sentido de un propósito y de control sobre sus vidas, se aceptaban como eran y se llevaban bien con los demás mientras los que se encontraban en el segundo grupo según los resultados de las pruebas tenían más problemas personales y no estaban muy bien integrados en su comunidad.
Durante un mes ambos grupos de estudiantes registraron diariamente su estado anímico: los altos y bajos y cada noche se conectaban a una web en la que valoraban el grado en el que habían experimentado diversas emociones durante el día. La lista incluía emociones positivas como alegría, diversión, asombro, compasión, gratitud, cariño y negativas como ira, tristeza, desdén, vergüenza, culpa o temor. Cuando Fredrickson analizó los resultados encontró que los estudiantes que languidecían experimentaban más emociones positivas que negativas pero el ratio de positividad era de 2 a 1 y que los estudiantes que florecían, en cambio, tenían un ratio de positividad de un poco más de 3 a 1.
Por tanto, para que lo positivo venza a lo negativo los autores proponen seguir la regla del 4: buscar 4 cosas positivas para superar a una negativa. Esta regla es relevante solo cuando los eventos se pueden comparar en magnitud, como pueden ser las situaciones cotidianas y contratiempos en el trabajo o las muestras de afecto u hostilidad en el hogar.
También puede resultar de utilidad para valorar lo bien que le va a una organización o producto. Las compañías que tienen éxito normalmente tienen al menos tres o cuatro clientes satisfechos por uno insatisfecho, como muestran las encuestas.
Una lección positiva que debemos tener en mente cuando gestionamos nuestras reacciones ante los problemas externos es que debemos recordar que el efecto de la negatividad puede distorsionar nuestro juicio y que podemos ignorar los impulsos irracionales de nuestra mente. Las supersticiones se basan en gran parte en este efecto. Si nos han pasado algunas cosas buenas después de haber visto un gato negro no nos habremos dado cuenta pero si ocurre una sola cosa mala podemos volvernos permanentemente supersticiosos. Aunque existen algunas supersticiones positivas como el hecho de encontrar una herradura la mayoría son negativas.
Aunque no invoquemos a lo sobrenatural seguimos concediendo mucha importancia a eventos negativos aislados, pero podemos evitarlo teniendo la regla del 4 en mente. Si nos sentimos desolados por un insulto o crítica podemos recordar que este sentimiento puede ser debido a nuestra tendencia a la negatividad en lugar de exclusivamente a nuestros fallos o deficiencias. En lugar de obsesionarnos por un comentario sarcástico sobre nosotros en una red social podemos buscar 4 que sean agradables o si nos sentimos furiosos con un amigo porque pensamos que se ha portado mal con nosotros podemos procurar recordar todas las ocasiones en que nos ha apoyado.
Debemos ser especialmente cuidadosos al hacer juicios sobre grupos externos. Por ejemplo antes de sacar conclusiones sobre una historia horrible en que intervenga un inmigrante pensar en 4 inmigrantes con los que tengamos relación cotidianamente.
Tenemos que aceptar que un evento negativo va a tener mayor impacto normalmente que dos positivos pero no debemos hacer juicios a largo plazo por ello. Si algo va mal no debemos interpretarlo como un destino inevitable sino que debemos centrarnos en las cosas buenas que ocurren todos los días
Isabel Carrasco
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