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martes, 18 de septiembre de 2018

El valor del factor humano




La vida está interconectada como si estuviera atravesada por una miríada de agujeros de gusano. Noticias que parecen vivir distanciadas son la misma cara de universos paralelos. Debido al uso excesivo de la tecnología, los chicos tienen dificultades para sujetar un lápiz o un bolígrafo. Sally Payne, pediatra en la fundación Corazón de Inglaterra, lanza la sorprendente advertencia. No saben de qué forma sostenerlo. Porque los dedos los utilizan para teclear en cualquier dispositivo electrónico y se pierde la destreza.

Mientras, en silencio, la soledad entre los adolescentes se ha convertido en una de las grandes epidemias de nuestro tiempo. Un trabajo de 2016 del King’s College de Londres descubría esa materia oscura. Seis de cada 10 chavales de entre 12 y 17 años aseguraban sentirse solos, 9 sobre 10 decían soportar nervios a la hora de relacionarse con gente de procedencias distintas, y un 36% afirmó que le era “difícil hacer amigos”. Los jóvenes se están encerrando en la oquedad que habita entre sí mismos y la tecnología.

A medio camino entre la tecnología y la soledad residen las habilidades sociales. Esas que transmite la empatía, el talento para comunicarse, para liderar o gestionar equipos, para, con una mirada fugaz a los ojos de tu jefe, entenderle; esas que permiten al hombre ponerse en la vida de los otros. Pero, a pesar de su importancia, se están perdiendo. Un camino equivocado.

Otras perspectivas

David Deming, profesor de educación y economía en Harvard, ha descubierto que los trabajadores que combinan habilidades sociales y técnicas vieron cómo su salario crecía un 26% entre 1980 y 2012. “Las destrezas sociales son importantes porque ayudan a entender las perspectivas de los demás”, observa el docente. “El trabajo en la economía moderna se vive cada vez más en equipo y, si se quiere tener éxito, los empleados necesitan esa capacidad de adaptación. O sea, desempeñar diferentes papeles en equipos distintos de una forma flexible. Cada vez hay menos empleos que no precisen una interacción social”. 

Además, es un espacio protegido frente a los robots. Porque todavía replican mal el comportamiento humano. Es un lugar, revela Deming, que relanza profesiones que exigen esa interacción con el otro: pensemos en médicos, terapeutas, profesores o abogados.

Este mundo que no se parece en nada al que hace un segundo dejamos atrás reclama sensibilidad, pero pocos la encuentran. Se impone la dictadura de la ciencia, la tecnología, la ingeniería, las matemáticas (el omnipresente acrónimo inglés STEM). 

¿Qué fue de Sócrates y su Academia? Cuando un joven accede al mercado de trabajo le exigen habilidades técnicas. Eso que se denomina hard skills. “Pero cuando tiene que dar un salto al management, el factor diferencial son las habilidades personales”, comenta Alberto Andreu, profesor del Máster en Dirección de Personas en las Organizaciones de la Universidad de Navarra, quien destaca dos destrezas. “La habilidad para generar confianza (con tus superiores, colegas, socios…) y el talento para “mirar en horizontal”, trabajar en transversal, romper sitios, gestionar “la política”; lo que Ortega y Gasset definió como “la capacidad de conciliar lo irreconciliable”. Al fin y al cabo, “las relaciones sociales son básicas si queremos crear un entorno de trabajo motivador y de bienestar en el que las personas desarrollen una actividad que las haga felices”, defiende Cristina Hebrero, directora de consultoría en el área de People & Change de KPMG.

Dirigir no es ser un tirano

Un directivo no puede ser un tirano. O escucha, o sucumbe. O es empático, o pierde. Un directivo tiene que ser un Aleph borgiano de habilidades. “Debe aprender muy bien las técnicas de gestión de reuniones, networking, creatividad, innovación”, desgrana Aurelio García del Barrio, director del MBA del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). Es un ejercicio de tensión. Desde gestionar una crisis hasta liderar el cambio. Un infinitivo que rima con unir. Un verbo que se conjuga en presente. “La necesidad de estar actualizados, de adquirir los conocimientos técnicos que nos permitan competir en el mercado laboral nos lleva a descuidar el desarrollo de otras fortalezas que no son ni los conocimientos técnicos ni la adaptación a las nuevas tecnologías”, advierte José Miguel Moscardó González de Aledo, profesor de la EOI. Son las habilidades sociales. Un término que, al igual que el Aleph, concentra todo un universo.

Pero ¿quién se acuerda estos días de los filósofos? ¿Quién extrae poemas de las noticias? Solo queda afrontar las consecuencias. “La falta de esa formación social conlleva un impacto directo en la persona y la empresa. Provoca una alta desmotivación, que se traduce en una productividad más baja, y esto termina afectando a la compañía”, sintetiza Mónica Guardado, directora de Afi Escuela de Finanzas. Poco importa navegar a contracorriente. Un ensayo reciente de David Deming, The Growing Importance of Social Skills in the Labor Market (La importancia creciente de las habilidades sociales en el mercado laboral), encuentra inesperadas respuestas a esas cuestiones. “Casi todos los trabajos que se han creado en Estados Unidos desde 1980 han sido ocupaciones que son relativamente intensivas en habilidades sociales. Por el contrario, les ha ido comparativamente peor a los empleos que resultan fáciles de automatizar”, asevera.

Sin embargo, pese a la evidencia, estos conocimientos acaban demasiadas veces en el desván de la memoria. Hay algo o mucho de atávico en esta pérdida. “Nos da vértigo enfrentarnos a determinadas situaciones en las que tenemos que exponer nuestros conocimientos y aportar nuestra experiencia a los demás. Y en el caso de hacerlo, no manejamos un lenguaje fluido, conciso y ordenado”, critica José Miguel Moscardó González de Aledo, profesor de la EOI. Ni la voz consigue ser escuchada ni leídas las palabras.

Inteligencia y colaboración

Otro trabajo, Future Work Skills, 2020 (Habilidades laborales del futuro, 2020), este con la rúbrica del Institute for the Future (Universidad de Phoenix), describe las 10 habilidades esenciales para un futuro ya cercano. Tres encajan en este mundo que reivindica la obligación de habitar la piel de existencias distintas. “La inteligencia social (la habilidad para conectar con los demás de una manera directa y profunda), la destreza para trabajar en diferentes contextos culturales y la colaboración virtual (operar sin presencia física)”, resume Ricard Serlavós, profesor de Esade.

Todo esto tiene mucha lógica, pero no cala en todos los sectores. ¿Por qué? “Es un tema cultural”, apunta Mauro Guillen, director del Lauder Institute en la Wharton School. “No es un problema solo de España, sucede lo mismo en la Europa continental. Por el contrario, esos saberes sí forman parte del mundo anglosajón”. Y aporta un ejemplo: en la formación de MBA y de Administración de Empresas en EE UU resulta obligatorio estudiar Comunicación y Dinámicas Interculturales. La lección es clara. Si perdemos esas habilidades, la caverna de Platón se quedará, de verdad, a oscuras y muchos jóvenes, obligados a retrasar su desarrollo personal, “terminarán aprendiendo a golpes”, vaticina Alberto Andreu.

Miguel Ángel García Vega
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