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miércoles, 7 de noviembre de 2018

Retos del nuevo ecosistema laboral (y social)

                 

Una mayor esperanza de vida y la aparición de los primeros dispositivos de inteligencia artificial están dando paso a un nuevo ecosistema laboral donde comienzan a convivir baby boomers, generación X, generación Y (millenials), generación Z, y máquinas. Nunca se había visto nada igual.

Podemos elegir entre improvisar, y que salga el sol por donde quiera, o definir una visión de futuro y trazar una estrategia donde personas de todas las edades y máquinas tengan cabida. Estamos ante un reto de grandes dimensiones que no sólo afectara a la convivencia en la oficina, sino también a nuestra vida en sociedad.

Los entornos laborales tradicionales del siglo XX solían estar compuesto por tres generaciones, que, con algunas excepciones tenían un rol bastante definido. Los más jóvenes solían ser meros aprendices sin grandes responsabilidades cuya función principal eran encargarse de tareas repetitivas que no aportaban demasiado valor, o las más físicas, a la vez que se formaban. La generación del medio concentraba la mayor parte del movimiento entre puestos, gente madura y lista para afrontar nuevos retos. Y por último la más mayor quedaba configurada por aquellos que habían llegado a los puestos de máxima responsabilidad, y por aquellos que se apoltronaban en una posición de su agrado tratando que la inercia les llevara hacia su jubilación.

Es por supuesto una generalización muy simplista, soy consciente de ello. Pero está hecho adrede porque ni siquiera en este marco general lleno de estereotipos podemos encajar los cambios de la sociedad actual.

Actualmente ya no son tres, sino cinco las generaciones que conviven en el ecosistema laboral. Los más jóvenes ya no necesitan tanto tiempo para acumular conocimiento, existen muchas fórmulas que ayudan a acelerar ese proceso, los más mayores ya no pueden subirse a ninguna inercia con tranquilidad porque en una sociedad donde la esperanza de vida tiende a crecer, la edad de jubilación no va a ser una constante inalterable. Las máquinas además van a ir asumiendo cada vez más las labores físicas o las tareas más repetitivas.

La primera duda que surge es ¿habrá sitio para todos? La respuesta corta la tengo clara: tendremos que hacer que lo haya.

Según datos que he sacado del informe Deloitte 2018 en tendencias sobre el capital humano, la esperanza de vida en el mundo crece a un ritmo de 1,5 años cada década. Y, si no cambiamos nada, el ratio de trabajador activo / jubilado pasará del 8/1 actual a un 4/1… No podemos permanecer quietos. Ni mucho menos, seguir considerando, como actualmente se hace en muchas empresas, caducos a los trabajadores de más de 40 años… ¿Estamos locos?

Se extingue poco a poco el modelo tradicional de empleados fijos y para toda la vida en la misma empresa. En los últimos años vemos como se incrementan el número de freelances, externos, o los ahora conocidos como gig workers (los nuevos trabajadores de las empresas de economía colaborativa).

Son muchas las nuevas variables que están apareciendo en el tablero laboral (y social), no podemos mirar para otro lado, ni tampoco entrar en modo pánico.

Creo que en la complejidad de estos retos, enorme, debemos buscar también la respuesta porque muchas de estas tendencias pueden (deben) encontrar el modo de complementarse para facilitar la convivencia.

Seguramente se escapa de las posibilidades de este post (y de las del que lo escribe) plantear soluciones válidas para todo, pero sí pretendo señalar caminos que creo que tienen sentido explorar.

Constante formación… para todos: Con la dinámica de cambios que tiene la sociedad actual (y la futura imagino que más) el aprendizaje no es sólo una práctica para mejorar sino para sobrevivir. Las empresas deberán llegar a todos sus colaboradores, internos o no, porque cada vez en mayor porcentaje la cara de la empresa serán trabajadores externos o freelances. En la época de lo social, una compañía seria no se puede permitir estar representada por personas que, como mínimo, no conocen a fondo su cultura, sus valores, y que no pongan en práctica sus competencias más características. La relación contractual de una persona es (y debe ser) trasparente para el cliente. Cada trabajador, con independencia de su contrato, es imagen de la empresa a la que representa. Recursos humanos debe encontrar la manera de formar y desarrollar a cada uno de ellos.

Colaboración: Una bonita palabra, que no pierde su importancia, sino que la refuerza, en una época en la que se requiere agilidad para adaptarse a los cambios, los que mejor sepan trabajar en equipo lo tendrán más sencillo. Hablamos de términos como inteligencia colectiva, y hablamos de esa colaboración dentro y fuera de la empresa. De saber ponerse en los pies del otro para anticiparse a sus necesidades. Además ya lo decían en La bola de cristal, sólo no puedes, con amigos, sí.

Racionalización de los horarios: Tendemos a un entorno laboral más y más especializado y personalizado. El café para todos, cada vez tiene menos sentido, y en los horarios también. Una de las claves para que todos puedan aportar valor es encontrar el correcto modelo de colaboración en función de su edad, de su posición, o simplemente de su planificación vital. Creatividad al poder, buscando siempre escenarios win-win, adaptando los salarios al valor que se aporta y no necesariamente a los años que se acumulan (sí, sé que esto es un terreno peligroso según en manos de quién caiga, pero habrá que legislarlo de algún modo que evite los abusos).

Apertura de mente: Las cosas son para siempre… por ahora. En este entorno de constante cambio, no podemos prescindir del compromiso (con los compañeros, con los jefes, con la empresa, con las normas acordadas…), pero tenemos que estar siempre listos para adaptarnos a nuevos escenarios. Al cambio no hay que temerlo, ni resistirse a él… hay que acostumbrarse. La incertidumbre también se entrena.

Estos son solo esbozos de algunas ideas. La realidad seguramente superará a mi imaginación. Pero lo que tengo claro es que no podemos quedarnos de brazos cruzados, ni pretender que nada está pasando. Se necesitan antropólogos, sociólogos… y, sobre todo, personas con ganas de moldear esta nueva sociedad en un modo en el que progreso pueda ser también sinónimo de mayor felicidad.

Jesús Garzás
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