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viernes, 29 de marzo de 2019

Adaptarse, desde lo laboral, a un mundo que cambia a toda velocidad


               Resultado de imagen de ADAPTARSE A UN NUEVO TRABAJO
Pensar lo nuevo es pensar de nuevo. Lo nuevo no es el cambio, sino su velocidad. Por esta singularidad, hoy necesitamos de organizaciones ágiles. Una organización ágil es aquella que tiene la flexibilidad de adaptarse a los cambios del momento sin perder el foco de su estrategia, detectando a tiempo la necesidad de adaptarla, con eje en el logro de su Misión.

La velocidad del cambio es, tal vez, el principal factor a tener en cuenta cuando pensamos en el impacto que tiene en la vida de las organizaciones y el trabajo el reciente llamado de la OIT a regular el trabajo en las economías de plataforma.

Ese llamado procura morigerar los potenciales efectos negativos en materia de protección del trabajador, pero reconociendo que estas nuevas fuerzas están transformando el mundo del trabajo, apuntando a capturar sus efectos positivos. Como bien señala el informe "Trabajar para un futuro más prometedor", los avances tecnológicos (entre ellos la inteligencia artificial, la automatización y la robótica) crearán nuevos puestos de trabajo, pero quienes van a perder sus trabajos podrían ser los menos preparados para aprovechar las nuevas oportunidades. El foco es la transición.

Una transición exitosa a esta nueva economía, requiere de una articulación público-privada, y plantea desafíos a organizaciones e individuos para generar ambientes institucionales que promuevan el aprendizaje a lo largo de la vida (lifelong learning) y el desarrollo de nuevas competencias, junto a programas de formación (upskilling, reskilling) para sortear con éxito y prosperar en tiempos de profundo cambio. Y esos desafíos organizacionales deben sortearse y superarse velozmente. Para ello, necesitamos organizaciones ágiles.

Una organización ágil es también una organización social. Porque en el mundo digital los límites entre las organizaciones y sus entornos se vuelven muy difusos. La colaboración entre proveedores y clientes, empleados y comunidad, entre otros, son intensas. También, consecuencia lógica, lo son los cambios de roles (de proveedor a empleado, de empleado a proveedor, etc.). En estos contextos la colaboración, el networking, la empatía y el manejo de la ambigüedad cobran valor como competencias clave para el éxito personal y organizacional.

En particular, la colaboración es tanto una necesidad como una oportunidad. Al bajar las barreras entre las organizaciones y sus entornos, las organizaciones se vuelven más dependientes de su efectividad para relacionarse con ellos. Implica pasar de una organización de tipo silo y jerárquica, a una que co-evoluciona con su ecosistema. Exige, en consecuencia, reexaminar los modelos de negocio y transformar las organizaciones.

Este cambio, revoluciona la economía, generando oportunidades para una gama amplia de emprendedores que no solo son los expertos en las nuevas tecnologías, sino que son también los usuarios de ellas, redefiniendo el concepto tradicional de trabajo. Esto es así porque bajan las barreras entre un emprendedor y un trabajador, a determinada escala.

El Nobel de Economía, Ronald Coase, justificaba la existencia de la firma en que esta minimizaba los costos de transacción, que no son otros que los costos de hacer negocios. En las economías de plataforma sucede lo contrario: se facilita el emprendorismo, bajando sus costos, aumentando el incentivo para las micro y pequeñas empresas, y los nuevos "freelancers". Este cambio afecta a empresas y trabajadores por igual, al bajar las barreras de entrada a (cada vez más) mercados. Estamos yendo, a gran velocidad, hacia un mundo sin barreras.

Sergio Roses, Titular de RRHH de la Universidad del Salvador y pte de la Agencia de Desarrollo de Campana
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