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miércoles, 9 de diciembre de 2020

El mundo del trabajo se encuentra inmerso en un proceso de transformación acelerado por la pandemia.



El experimento de trabajar desde casa ha mostrado suficientes beneficios y oportunidades como para considerar que el trabajo "fijo" en un lugar va quedando en el olvido. Será reemplazado por la idea de "movilidad". El lugar de trabajo estará en todos aquellos espacios donde la tecnología nos permita estar conectados. Esta es la primera transición en el nuevo mundo laboral. Pero no es la única.

La segunda de las transiciones, con implicaciones aún mayores, es lo que podríamos denominar "la muerte de la jornada laboral".

Hay dos acontecimientos que sientan las bases para semejante afirmación. El primero es que se está acelerando la suplantación de las tareas repetitivas de los seres humanos en manos de la robótica y la informática. Por lo tanto, la jornada estricta "fabril" se reduce significativamente.

El segundo acontecimiento tiene que ver con las experiencias recabadas en este período de trabajo en casa. La idea de control sobre el horario de los colaboradores a la usanza del siglo pasado no funciona bien con el trabajo remoto. En definitiva, la idea central del modelo de trabajo de "explotación del tiempo" va quedando atrás. Se suplanta por el trabajo por objetivos.

Estas transformaciones tienen impactos de magnitud fundamentalmente en las leyes de contrato de trabajo y el modelo educativo y, adicionalmente, en el estilo de liderazgo y el diseño organizacional. La reforma laboral de 2012 en España con sus pros y contras, fue pensada para el modelo laboral de aquella época. Ahora bien, ¿qué ocurre si las bases de aquella ley que son "lugar y jornada" llegan a cambiar por el avance de la tecnología? La ley se vuelve obsoleta. Esta obsolescencia plantea un gran desafío para nuestros legisladores. También plantea, por supuesto, un gran desafío para el movimiento sindical. La realidad del siglo XXI estaría reclamando una modernización y adaptación urgente.

En paralelo, si el modelo educativo actual es el que fue pensado para cubrir puestos de trabajo de tipo repetitivos y ellos tienden a no existir más, ¿no debemos repensar la educación seriamente?

La pregunta entonces sería: ¿cómo se hace todo esto?, ¿cómo es un modelo superador y qué se debe hacer? Enuncio aquí palabras clave que requieren un desarrollo en profundidad: propósito de enmienda, talentos, árbol de objetivos, movilidad. Sin embargo, en lo concreto uno puede hacer lo único que es conducente: experimentar. Invertir en experimentar es un aspecto crucial, ya no para obtener ventajas competitivas, sino para la subsistencia de una organización.

La enorme resistencia que existe para reformar la ley es sorprendente. Hay temor por la pérdida potencial de los derechos del trabajador, a la vez que no se advierte que un proceso inflacionario degrada el primer derecho: un salario digno. Salario que se basa en términos nominales y reales. La ley no tendrá que ver ya con la competitividad de costos, sino con la desaparición de los pilares fundamentales del trabajo del siglo pasado: lugar y jornada. Claro está que el pensamiento de largo plazo es el activo fundamental.

Es un momento de gran oportunidad y se nos plantea un atajo que podemos tomar para salir del atraso, sin tener que pasar por todos los pasos de la linealidad del progreso. Quedan varias preguntas para hacernos. La dirigencia, ¿advierte la oportunidad? ¿Querrá recoger el guante y enfrentar las reformas? Tenemos lo necesario para ser el lugar más próspero del planeta en 15 o 20 años. Aprovecharlo es una cuestión de sistema de pensamiento.

Adrián Gilabert.  Autor del libro “El trabajo ha muerto” y especialista en crisis empresarial.

Texto adaptado a la situación del mercado laboral en España. PRD.

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